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La tribu de los Satrahyà tiene una vasta historia de guerras y conflictos a lo largo de su existencia, que deja evidenciado su carácter belicoso así como también sus excelentes dotes para la estrategia y las políticas disuasorias. Sus mitos adoptan centenares de deidades que, al igual que las filosofías orientales, no hacen una clara división entre el bien y el mal, sino que se remiten a explicar el equilibrio cósmico derivado de las tensiones entre las fuerzas opuestas del universo. Pero ese no es tema de conversación en este tipo de foros, así que creo más conveniente revisar quizás uno de los aspectos más notorios de esta sociedad: su fuerte condición machista.
A partir del año 1258-según algunos historiadores-, comenzó su reinado Juhba Radvesha, y con él se inicio una nueva época en la tribu que vino a desplazar todo vestigio de sus antiguas costumbres. Se renegó totalmente de los conflictos armados y se prohibió cualquier tipo de enfrentamiento que requiriera poner en riesgo la integridad física. Se otorgo especial importancia al desarrollo de las artes, sobre todo la poesía y el canto, ya que la escultura e incluso la música requerían de ciertas intervenciones del cuerpo que los Satrahyà detestaban, pues decidieron considerarlos impropios del género masculino. Empezaron a relegarse todas las tareas manuales a las mujeres de la aldea. Ellas eran las encargadas de sembrar la tierra y cosechar, se ocupaban de la cría de ciertos animales como cerdos y aves de corral, construían las “pelhmuktàs”-especie de chozas familiares hechas con troncos y hojas de palmeras-, entrenaban en ciertas artes de combate- mas que nada por precaución- y disponían de otras ocupaciones mas típicas como la cocina y la orfebrería.
Los hombres ocupaban su tiempo meditando en sus chozas, cantando versos dedicados a los dioses del Sol y del Río, o improvisando poemas alegóricos a escenas cotidianas.
El rey Juhba recitó cierta vez, mientras veía un pájaros devorarse un gusano-y fue cuidadosamente memorizado por sus súbditos, ya que nadie osaba levantar una sola herramienta de escritura-.
“La vida ocurre como un suspiro
sobre nuestras cabezas pende
la pesada roca de lo inexorable.
Oh, Dioses! Si fuera un gusano sobre la tierra
no quisiera mas destino que retozar
en las entrañas del olvido.”
Con los años, las costumbres y normas en la tribu fueron solidificándose y puliéndose debidamente por medio de leyes impartidas verbalmente por el monarca, en multitudinarias reuniones que se realizaban una vez por año en la plaza central de la aldea. Estas leyes no se documentaban debidamente porque, como ya he mencionado, escribir significaba un esfuerzo innecesario, y ningún hombre iba a cometer la herejía de disponer el cuerpo para tal menester. Por otra parte, a las mujeres se les tenía terminantemente prohibido profanar los secretos de la escritura.
Uno de los ritos impuestos más significativos fue el de la Inauguración de la virilidad. Cuando un joven de la aldea alcanzaba la edad de 17 años, se lo consideraba en las puertas de la masculinidad. Los dioses aprobaban, luego de varios exámenes previos-mas que nada burocráticos y simbólicos, puesto que no debían realizar mas prodigio que el de cumplir 17 años- que el homenajeado fuera aceptado como discípulo en el Consejo del varones y-como yapa- que pudiera elegir a una concubina de entre las féminas de la tribu. Cabe destacar un pequeño detalle: el joven recién egresado de la pubertad tenía la libertad de seleccionar a cualquier dama, obviando los protocolos de la conquista, los papeleos escribaniles y los estados civiles. Así resultaba que muchos prefirieran mujeres ya matrimoniadas para el concubinato, con la excusa de que estas tenían mas experiencia en las labores hogareñas y en los asuntos venéreos, que no era poca cosa, pues los varones habían dejado tiempo atrás de participar activamente en la cópula y le fue dejada a la mujer la obligación absoluta de hacer efectivos los ardores masculinos mediante las mas rebuscadas y refinadas técnicas amatorias. Incluso muchos historiadores poco escrupulosos, aseguran que existe un paralelismo y una estrecha relación entre estas prácticas sexuales y el compendio hinduista conocido como Kamasutra.
Pronto, los hombres mayores se vieron despojados de sus mujeres por jóvenes ansiosos y poco considerados. Algunos muchachos optaban, en cambio, por elegir jovencitas solteras, aunque poco agraciadas en su belleza, para evitar que en un futuro otros se vieran tentados de elegirlas. Pero no fue suficiente. Muchos hacían caso omiso de la fealdad de dichas señoritas, prefiriendo sus habilidades manuales por sobre su belleza, aunque esta fuera casi nula.
En vista de que el hurto legal de esposas y la proliferación de maridos abandonados era proverbial, algunos hombres-los mas ancianos- decidieron encarar al rey para protestar por estas calamidades y pedir que se modificaran las leyes establecidas. El gobernante los recibió impasible en el momento en que una araña se posaba en una bandeja de frutas.
“Triste es la existencia de la fruta verde
que todavía no conoce otros parajes lejanos
Pero mas penoso aun es el ocaso del hombre
que le roba su cabellos, le arrebata su vigor
y oscurece su fe en los designios divinos”
Y acto seguido se comió una banana con cáscara y todo.
Transcurrieron muchos años y cada vez los hombres buscaban formas mas eficaces de mantener a su mujeres a su lado. Primero elegían muchachas literalmente indeseables desde el punto de vista estético, pero como esto no era suficiente, las adoctrinaban en las mas descaradas formas de negligencia laboral. Poco a poco las convirtieron en miembros pasivos de la comunidad,que no hacían otra cosa mas que contemplar las complicadas maniobras que realizaban los varones por conservarlas. Los hombres incluso comenzaron a encargarse de aquellas tareas que habían quedado abandonadas, por razones mas que comprensibles, volviéndose mano de obra activa, adquiriendo la completa potestad de las labores banáusicas, otrora responsabilidad puramente femenina.
Durante siglos se olvidaron -los exploradores o quizás los cronistas- de esta particular tribu. No fue hasta 1925 que otro investigador y antropólogo, Jean Bordeaux, se adentrara en territorio de los Satrahyá. Después de convivir con ellos durante algunos meses,regresó a su Francia natal dejando constancia de sus descubrimientos.en su libro «De la capacidad de transformarse».
Dice Bordeaux en sus páginas:
«Me he encontrado con una tribu que mantiene costumbres ancestrales, pero algo parece haber cambiado sin que nosotros -hombres blancos acostumbrados a honrar tradiciones machistas- nos diéramos cuenta.
Relato, de manera breve, una antigua tradición de los nativos, con respecto al ritual de ingreso a la adultez.
Cuando una joven de la aldea alcanza la edad de 17 años, se la considera en las puertas de la madurez. Los dioses aprueban, luego de varios exámenes previos-mas que nada burocráticos y simbólicos- que la homenajeada sea aceptada como discípula en el Consejo del mujeres y-como obsequio- que pueda elegir a un esposo de entre los hombres de la tribu. Cabe destacar un pequeño detalle: la joven recién egresada de la pubertad tiene la libertad de seleccionar a cualquier varón, obviando los protocolos de la conquista, los papeleos escribaniles y los estados civiles.
Estamos,sin dudas, ante una sociedad puramente matriarcal,impensada en nuestro mundo contemporáneo, y posiblemente inaceptada en el futuro lejano. Me hace reflexionar acerca de la naturaleza de Dios. Quizás debamos olvidar al hombre de la blanca barba y sentarnos a meditar. Por ahora dejo estas páginas como una crónica de uno de mis viajes mas fructíferos y me retiro del escritorio. Mi esposa me está reclamando para que mude de ropa al niño.»