Hasta ahí,la historia repetida de millones de hombres a lo largo y ancho del planeta. Realidad o mera excusa para sus lances extra maritales; no lo sé ni me importa. El caso es que así fue como le sucedieron las cosas.
Encontrar una amante, al contrario de lo que todo el mundo piensa, no es cosa sencilla. Al menos no para alguien como Victor. No se consideraba muy apuesto, no tenía una buena posición económica como para despilfarrar su dinero en regalos y detalles, y tampoco era muy avezado para la conquista.
Pero nunca se puede estar seguro de nada; menos aún cuando las estrellas parecen alinearse para que se den las cosas.
Edith tenía un encanto natural. No sé si atribuírselo a su desenfadada manera de ser o a esos gestos peculiares que ensayaba cada vez que hablaba; aunque no de una belleza despampanante,podría aventurarme a jurar que era capaz de seducir a cualquier tipo de hombre, y por alguna extraña razón que jamás llegaré a comprender -ni Victor- ella se convirtió en su amante. Los detalles del cómo y cuándo los dejaré flotando en el vacío de la inexactitud, porque no son elementos que enriquezcan este relato; muy por el contrario, lo manchan y entorpecen. Pero por una cuestión de llenar espacio voy a contar que la relación se tornó extraordinariamente fogosa y excitante. Sus encuentros solían producirse por las tardes en un viejo motel en las afueras del casco urbano, donde sabían que tenían pleno anonimato,a salvo de cualquier rostro familiar que pudiera poner en peligro su aventura. Victor descubrió que existían muchas maneras de amar, o en todo caso,de tener sexo. No había experimentando nunca antes tales placeres, ni los había visto en sus noches de videos pornográficos cuando era un muchachito,en su bunker del patio trasero de casa. La coartada de las horas extras en el trabajo se volvieron habituales y a su esposa,la resignada Isabel poco parecía importarle. En los años de convivencia que llevaban compartiendo, había adquirido una actitud acerina ante los asuntos laborales de Victor; había levantado un muro inexpugnable para resguardar la paz familiar de los conflictos externos. Cada vez que él intentaba exponer los motivos de sus tardanzas,ella se limitaba a asentir con cualquier palabra o seña y daba por clausurado el tema.
A Victor se le presentaba tan esperanzador el panorama, que dudaba que su suerte fuera a durar mucho mas; empezaba a tener ese miedo griego a los caprichos del hado. Sin embargo todo apuntaba a que la situación iba a seguir viento en popa por mucho tiempo más; esa creencia optimista, que los hilos invisibles de la fatalidad pueden encargarse de torcer en un santiamén.
Lean con atención, y si dudan en algún momento de mis palabras, no lo atribuyan a mi creciente locura,porque todo esto ha salido del testimonio de los propios protagonistas de esta historia.
El punto de inflexión fue aquel sábado,en que Isabel requirió su presencia para el aniversario de bodas de sus padres. La verdad, se le había pasado por alto, por primera vez. Error fatal. Ciego como estaba por los voluptuosos encuentros con Edith, no reparó en la fecha del calendario; si nos sinceramos, ni siquiera era capaz de indicar con exactitud, en qué día de qué mes se encontraba. Tal era su estado de desorientación, y a tal grado de abandono había llegado su relación familiar. Ese día le había prometido a su amante una nueva cita en aquel motel; en el camino le sorprendió escuchar el timbre del celular con la melodía que había elegido para las llamadas de su esposa. Ella le recordó la cena en casa de sus padres e hizo especial hincapié en la puntualidad. Ese fue un golpe bajo, no se lo esperaba. No suspendió su cita como habría hecho cualquier otro con un poco de sentido común. Tras mitigar los ardores amorosos con el desenfreno usual, recuperó algo de su lucidez. Se culpó por haberse dejado llevar pero ya era tarde; solo le quedaba armar una cortada creíble sin fisuras que pudiesen derrumbarla con facilidad.
La cena ya había acabado y estaban sirviendo las copas para la sobremesa. Victor entró simulando entereza,repitiéndose interiormente el guión que se había fabricado para la ocasión, con una sonrisa estúpida que no convencía a nadie. Pero no fue la sonrisa idiota,ni la exagerada abundancia de detalles en su falsa historia lo que le delató. A Edith solo le bastó una señal inequívoca;tan solo una para cerrar el círculo y atar todos los cabos que desde hacía tiempo la tenían inquieta sin razón aparente. Ese fue el otro error fatal: la inconfundible marca carmesí de unos labios, estampados como un sello sobre el cuello de su camisa celeste.
La escena no fue como esos clásicos melodramas de cine;ella tuvo la suficiente presencia de ánimo como para evitar el escándalo,incluso cuando Ilsia,su hermana, se percató de la marca de rouge, ella le hizo señas para que no dijera nada,tapándose la boca con el dedo índice. Consiguió una camiseta que era de su hermano y ordenó a Victor que se quitara la evidencia del delito lo mas rápido posible.
La noche cerró con aparente normalidad, pero la tormenta se desató al llegar a casa. La suma de tensiones acumuladas y faltas que no se habían echado en cara a su debido momento.
Pero nada de eso afectó tanto a Victor como la amenaza de divorcio. Ese fue un disparo a quemarropa en medio de la agitada discusión; una consecuencia que jamás había sopesado antes. Y aunque cueste aceptar lo irrevocable de su decisión, finalmente eligió a Isabel por sobre todo.
Está mas que claro que Edith no lo entendió en un principio; le resultó incluso irrisorio. Victor se había presentado en su lugar de trabajo,una vieja santería del coqueto barrio de Las Margaritas y le había planteado su resolución con sobrados argumentos. "Nadie nunca me ha dejado antes por su propia voluntad ¿Estás seguro?", fueron las primeras y últimas palabras que le dirigió ella; él no respondió,limitándose a asentir con una melancólica sonrisa. Ni siquiera le dirigió la mirada y huyó lo mas rápido que pudo por temor a caer de nuevo en su embrujo.
A partir de aquí,es cuando dejo a su consideración toda veracidad o fidelidad relacionada con los hechos que contaré, porque ni el propio Victor ni yo, creímos posible algo semejante. Esa misma noche,al regresar a casa,mientras tomaba un baño, se produjo una nueva explosión. Cuando su mujer se disponía a recoger la ropa del canasto de ropas sucias vio espantada la misma marca carmesí. Era el mismo tono de rouge,la misma forma que correspondía a unos labios carnosos, el mismo tamaño. Es sorprendente lo que una mujer es capaz de retener en su memoria cuando se trata de su hombre. Lo abordó en la bañera y le arrojó la camisa a la cara mientras le exigía mil y una explicaciones. Victor juró y perjuró que no había vuelto a ver a su amante, con lágrimas en los ojos,llorando como un niño. Por algún motivo, las cosas se calmaron, no sin que Isabel volviera a darle un ultimatum: un desliz mas y el divorcio sería la solución definitiva.
Esas semanas me volví todavía mas cercano al pobre Victor. Solía utilizarme como una prueba de que mantenía firme su palabra. Había tomado por costumbre llamar a su esposa antes de salir del trabajo y ponerme en linea para tranquilizarla. Yo aceptaba resignado el papel de fiscal, en parte por curiosidad y en parte por misericordia, viendo lo frágil de su estado de ánimo.
La noche del lunes siguiente solo puedo definirla como "infernal". Victor me llamó desesperado,al borde de la locura misma. Solo después supe las intimidades de lo que aconteció. Ese día salimos en el horario de siempre de trabajar; yo me dirigí a casa mientras él quedó a hacer unas compras de camino a su domicilio. Fue en el pasillo del autoservicio,frente a la exhibidora donde se alarmó por primera vez; vio su reflejo en la puerta de cristal y se percató de aquella cosa, una marca,justo debajo del cuello de su pulcra camisa a rayas. Yo no la había visto antes,pero él juró que esa marca de labial estaba ahí,a plena vista. Totalmente confuso salió sin llevarse nada y compró otra camisa similar,en una tienda de la galería. Arrancó el coche y a toda velocidad se marchó sin hacerse mayores preguntas. Trató de creer que se trataba de un error,tal vez se había puesto una camisa vieja y no se percató de la marca o tal vez era una broma de Isabel. Sabía que ninguna de sus hipótesis era posible,pero no tenía otra forma de aliviar su mente perturbada.
Cuando llegó,la cena ya estaba preparada e Isabel se encontraba en el baño aseándose. Victor quiso despojarse de toda posible evidencia y entró también al baño. Se quitó toda la ropa,la arrojó dentro de la máquina de lavar y caminó hacia la ducha,pero al pasar junto al enorme espejo oval que estaba sobre la bacha, el espanto ocupó cada hueco de su ser. No era posible,pero no cabían dudas, allí estaba frente a sus incrédulos ojos. Con sus sinuosas lineas bien definidas, como si se tratara de un tatuaje nuevo, la boca carmesí brillaba sobre su cuello, impúdica y ridícula. Un grito de horror brotó de su garganta y arrastró consigo el botiquín de un violento manotazo. Isabel oyó el sonido de cristales rompiéndose y salió presa del pánico, pero Victor ya no estaba allí. Tomó sus ropas y se vistió para salir; si hubiera notado que de entre todo el contenido desparramado del botiquín, solo faltaba la botella de alcohol,quizás no habría perdido tiempo en esconder su desnudez. Para cuando llegó al cuarto era muy tarde; Victor reía y bramaba como un poseso,mientras le decía "¿Ves? ¡¿Ves?! ¡No tengo ninguna marca!¡Ninguna!¡Como te prometí!, señalándose la zona del cuello,donde antes estuviera la marca delatora,y donde ahora solo se veían llamas azules chamuscando la carne.
No puedo juzgarlo o amonestar sus actos. Para cualquier hombre es casi una maldición cruzarse en el camino de Edith. Algo en ella te atrapa y te arrastra hasta lo profundo de un abismo placentero y regresar no es una opción. Lo sé,porque ahora mismo yo gozo de su voluptuosidad. Cada noche ocupo la cama del mismo motel donde retozaba con Victor. No soy capaz de dar crédito a lo que me han contado,pero tampoco tengo la fuerza para afirmar que son fabulaciones de una mente desequilibrada. A mi me importa bien poco las consecuencias, a diferencia de él, pues mi matrimonio ya está perdido; no tengo nada que ocultar o proteger. No sería tan idiota como para autodestruirme solo por esconder una mancha de rouge. Ni siquiera reviso mi ropa en el espejo antes de volver a casa,buscando un detalle que me inculpe. No miro mis camisas cuando me las quito para lavarlas, no me interesa. Tan solo puedo decir, a favor del relato de Victor, que por las noches, cuando duermo en mi cama junto a mi mujer, puedo sentir aquella cosa desplazándose por mi cuerpo, como si una babosa fría y viscosa me recorriera; y cuando quiero quitármela de encima por instinto, apenas siento algo pastoso,inconfundible; aunque esté totalmente en penumbras,distingo la forma sinuosa, de una boca que nunca me dejará ir."
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