Cuando la conocí no creí que sería una persona imprescindible en mi vida, sin embargo la fortuna se encargó de convertir esos pensamiento primigenios - que se daban aires de certeza inmutable- en una simple pila de escombros, sobre la cual se levantó una verdad para la cual no estaba preparado; quizás nadie estuviera preparado para estos eventos tan inverosímiles como espantosos . Pero para que el lector casual de esta carta no se vea envuelto en las sombras de unos conceptos vagos, es mi deber comenzar por el principio o cuando menos despejar ciertas dudas en el siguiente prolegómeno acerca de mi persona. Nací bajo el nombre de Henri Bertrand Leauvor en algún lugar cerca del río Somme, una mañana otoño; la infancia poco puede revelar, anodina, sin grandes aventuras, encerrado entre libros y documentos antiguos, cartas de navegación y mapas de lugares insospechados del mundo que se expandía a cada hora. La adolescencia sobrevino sin interrupciones o transiciones notables; fue como una extensión menos inocente de aquellas horas tempranas en la casa paterna, sazonada quizás con algunas señales tímidas de lo que sería mi carácter mas adelante. Y entonces llegaron mis 19 años, con ellos llegó también una libertad tal que me sentí preso de una epifanía tan genuina como vulgar, y me adentré en el campo de los placeres antes velados. Puedo afirmar que es en este punto donde arranca el pedregoso camino que me arrojara a este lecho sucio donde hoy me encuentro. Pero no me detendré en consideraciones que no aportan interés; déjenme pintar el lienzo de mi días de libertinaje . Mis días tenían la musicalidad de una liturgia impostergable y redundante; estaba acostumbrado a las mieles de la noche y portaba la libertad como principal estandarte. No era extraño que desapareciese durante días o semanas de mi lujosa casa de campo, y apareciera tirado en la cama de alguna posada -con suerte- o en el peor de los casos,en el umbral de una casa en los barrios mas bajos . El despilfarro era una costumbre que apreciaban mucho mis ocasionales compañeros de aventuras: bohemios sin nombre, buscando la musa que los llevara a la fama; mujeres de vida incierta, anhelando salvar su honor a costa de mi buen nombre; prostitutas que no ocultaban su codicia; vividores y ladrones. Pero no me importaba ser despojado de unas cuantas monedas de cobre, y esto solo sucedía cuando ya me encontrada demasiado hundido en los vapores del alcohol, momento que solía coincidir con la escasez de dinero en mis bolsillos; porque,he de decir, no era tonto, gastaba hasta el último céntimo en comida y sexo antes de caer borracho. Podía jactarme de haber logrado una posición económica holgada gracias al éxito de mis obras. Las críticas sobre teatro y ensayos, además de algunos títulos de ficción, me habían logrado un cierto renombre dentro del círculo literario de Mont Ferrant, a pesar de su bien conocido y avinagrado hermetismo.
Quien me abriera las puertas de ese selecto grupo fue mi posterior mentor, Jean Francois Papillón (no era su nombre real, solamente un seudónimo que escogió para sepultar su pasado), un hombre curtido por los años y la penuria; había llegado desde Polonia tras haber participado en la guerra,en ese entonces siendo todavía un jovencito de 15 años, empezó a cultivar su amor por la lectura, leyendo pequeñas copias manuscritas de obras clásicas, sentado en su trinchera o tumbado en el piso de algún edificio derruído. Allí conoció y se enamoró de Voltaire, de Flaubert, de Balzac,de Austen, de Baudelaire, de George Sand. Los amó y se sintió amado por ellos; eran su única compañía; mientras las balas mordían los ladrillos junto a su cabeza,solo podían rescatarlo de la desesperación los versos de sus queridos amigos. Sin temor a la exageración, Jean solía repetirme que unas simples páginas de papel habían sido su sólido escudo, su impenetrable yelmo y su más afilada espada en medio de tanta muerte. Había sobrevivido a la demencia y a la pólvora,cargando un puñado de rústicos manuscritos y transformó aquello en una epifanía del espíritu, que lo guió desde entonces. Yo no compartía su visión tan mística del arte literario;para mí significaba simplemente un oficio heredado. Mi padre fue escritor de obras de teatro y mi madre, poetiza; cuando noté que no iba a encajar en la universidad a la que me habían enviado -carta de recomendación en mano- probé con otras cosas y descubrí que era bueno para escribir,aún sin esforzarme demasiado. Entonces fue cuando empecé a enviar borradores a varios editores de la ciudad probando suerte; no negaré que mi apellido ayudó bastante, pero de no haber tenido algo de talento,no me hubiera sido posible conseguir todo lo que vino después. Mi primer trabajo tuvo un reconocimiento moderado, era una crítica sobre algunas piezas teatrales que estaban en auge en aquellos días, la mayoría influenciadas por la novela picaresca contemporánea, que luchaba contra los clásicos por prevalecer. Presenté algunas ideas sobre la evolución de las formas expresivas, que fueron aplaudidas por los jóvenes vanguardistas pero resistidas por los viejos maestros. Después vino "Margot", mi homenaje a Madame Bovary, y con ella vino también la admiración del público femenino. Eran días en que podía tener una amante en cada esquina y no es solamente una expresión de vanidad. Para cuando se publicó mi colección de cuentos "Mares de sombras", mi nombre era repetido de boca en boca en cada lugar de reunión de la ciudad, incluso en París se hablaba de la "graciosa pluma " de una joven promesa nacida en cuna de oro.
Fue durante uno de tantos viajes, visitando ciudades y asistiendo a fiestas cuando la conocí, a "ella". Ella portaba un nombre, que me asusta hoy evocar, pero reúno las pocas fuerzas que me sobran para superar ese sentimiento demoníaco que me sorbe desde lo mas profundo de mi ser, e intentar así, darle forma a su imagen borrosa dentro de mi cabeza y nombrarla, nombrarla no para mí mismo,sino para el que lea esta carta . Cerafine. ¡Oh dioses paganos! ¡ Cerafine! ¡La musa y la carne trémula que me enloqueciera con tan solo un roce casual! ¡Esa Cerafine de ojos negros como dos lunas de plomo bruñido! No quiero nombrarla pero su nombre ahora se aferra a mis labios, a mis dedos, a mi pecho dolorido y se encaja justo como una garrapata hambrienta sobre mi corazón que muere en cada latido. Cerafine.Cerafine. Templo de dioses y arpías. La razón de mi existir y mi desfallecer.
Puedo recordar con poco esfuerzo,mirando el lienzo de mis días pasados, esa noche de claro cielo estrellado. El duque de Berry me había enviado una carta invitandome a una de esas pomposas fiestas de la nobleza en su domicilio, y aunque en un principio sentí el impulso de presentar alguna excusa para evadir el compromiso, dado que tenía otros asuntos urgentes que atender inmediatamente, confirmé mi asistencia en una misiva llena de halagos emperifollados hacia su persona.
La fiesta resultaba algo aburrida para mi gusto. Los típicos saludos y presentaciones de cortesía, las damas maduras con sus abanicos emplumados y sus melindres ensayados; los lechuguinos sobrevolando con sus ojos de rapiña a las doncellas dispuestas; los hombres de negocios,copa en mano, articulando las prosas memorizadas esa semana con tono soberbio; los artistas ofreciendo sus servicios,inclinándose a cada minuto en interminable reverencia. Para cuando la noche había apostado sendas nubes grises a los flancos de la luna, decidí marcharme, mas algo me había deparado la fortuna. Casi tropezamos mientras abandonábamos el salón, vinieron las disculpas pertinentes y las presentaciones, un intercambio de palabras fútiles y para cuando completamos la escalera, dejando atrás el último peldaño, sabíamos que amarnos era el paso siguiente. Así; simple, certero y fatal como una estocada al corazón descubierto.
No sé como pero de pronto Cerafine se había convertido en mi confidente, mi ayudante, mi asistente, mi amante,mi consejera, mi sirvienta, mi propietaria. Era la pieza que encastraba justa en la oquedad vacía que tenía mi vida . De ese modo fue como seguimos en ese tren de placeres, paisajes nuevos y horas dedicadas al arte. Solía sentarse a mi lado cuando escribía, yo abandonaba mi pluma y besaba sus piernas esbeltas,cruzadas sobre la mesa; y en muchas ocasiones terminaba sobre ella, recostados en la alfombra,olvidándome de mis historias y del mundo todo.
No puedo hacer una cruz sobre el almanaque y señalar cuándo, pero sé que en algún punto comenzó. Cuando me sentaba frente a mis hojas en blanco, tomaba la pluma y me quedaba ahí, esperando. Demoraba varios minutos e intentos poder poner mis pensamientos en palabras; le dije que necesitaba algún medicamento o ver a un galeno, pero Cerafine insistió en que era la presión del momento y la mejor solución era cambiar de aires. Nos mudamos a Croisset ,a una hermosa casona de amplios jardines. Los primeros meses nos dedicamos a hacer el amor, caminar a orillas del Sena por las tardes y cultivar nuestras propias hortalizas, pero a la llegada de los primeros vientos del otoño, y viendo los modestos fondos que nos quedaban, puse manos a la obra y me enfrasqué en la continuación de mi libro, "Las damas de violeta",del cual llevaba apenas unas diez páginas. Esperé a que Cerafine se durmiera, era una noche fresca y serena, abrí las ventanas de par en par, de mi estudio, y encendí varias velas; cargué la pipa y arrojando unas volutas como anillos a través del hueco que daba al patio, empecé con la tarea. ¡Dios me libre de estar mas espantado que en este instante con tan solo recordarlo! ¡Mis manos no se movían, estaban congeladas con la dureza de la piedra! ¡No!¡No! Me repetía como un poseso. ¡No estaban bajo el influjo de un hechizo, ni la mirada de la Medusa! ¡Era mi mente, mi mente vacía que no podía ordenarles! ¡Las ideas no estaban! ¡Como si un ladrón hubiese entrado a hurtadillas dentro de mi cerebro y se las hubiese robado! ¡Yo lo sentí, era el horror del olvido, de la impotencia mas oscura! .
Tomé una hoja sucia y escribí mi nombre. Sí, aún podía hacerlo. Pero cuando trataba de retomar mi novela, veía un yermo frente a mí. Un vacío polar de dunas blancas, y nada. Nada. ¡Nada,por Dios! ¡Me han robado! Exclamé. No podía crear, no podía poner en la hoja una mísera línea. Podía hablar,sí, y nombrar las cosas, pero aquella fuerza que me nacía cuando rasgaba el papel se había esfumado.
Corrí. Corrí hacia nuestra habitación. Cruel fortuna ,maldita y bastarda.
¡Las sábanas revueltas, la cama vacía, una vela agitándose a estertores en una esquina.! ¡Se había marchado!¡Mi musa,mi mundo, mi diosa! ¡¿Qué sería de mí?! ¡¿Qué demonio oculto se la había llevado?!¡¿Qué fantasmas malditos la habían arrebatado de mi lado?!
¡Dios! ¡Dios! solo podía sollozar y arrastrarme como un cadáver emergiendo de su sepulcro. Solamente aplastar mi cuerpo despojado de todo sobre el piso de madera y morir. Sin embargo, mi cobarde naturaleza me puso de pie; fue primero el hambre y la sed, luego la soledad y la ausencia de labios que besar y luego el sol; anhelaba ver el sol,y el río frío. Sobreviví. Solo Dios o el diablo saben cómo.
Podrían pensar,como lo hice yo, en que algún padecimiento mental me estaba derrumbando; quitándome la facultades para escribir. Hubiera sido lo mas natural, imaginar que la senil brutalidad de la desmemoria habíame llegado por anticipado.Incluso yo mismo elaboré esas y otras hipótesis para convencerme de esta realidad tan ruin. No pude volver a escribir nada desde entonces. Lo intenté, por los dioses que lo hice. Y cada vez era el mismo sentimiento de vacío y oscuridad. Sentía este agujero inmenso dentro de mí, como un pozo profundo al que arrojaba piedras sin oír nunca sonido alguno. Si escribo esto, ahora, es porque estoy contando los hechos como ocurrieron; puedo repetir todo lo visto y vivido,pero nada mas que eso. Mis historias de fantasía y romance,mis paisajes bucólicos ya no regresarán. No tenía ,hasta hoy, la intención de hacer público todo esto, por temor a ser juzgado por aquellos que me estimaron o admiraron alguna vez. Temor de ser tomado por un farsante, y caer en desgracia. Me he estado ocultando lo mas que he podido, viviendo de obras que ya había escrito en el pasado, llevándolas a sitios donde aún no las conocían y otorgándoles aire de novedad. Mi mentor me ha ayudado mucho, pero no lo volví a ver desde hace unas semanas. Ha regresado a Polonia, a escribir su última obra. Yo creo que ha ido a morir, pues presiente que ha llegado el momento, así como yo he presentido que la locura alguna vez tocaría a mi puerta. Repito: no iba a contar esta historia,que deben tomarla como la absoluta verdad,pues he perdido incluso la capacidad de fabricar mentiras. No iba a hacerlo, lo juro, hasta esta noche. Hace unas horas volví de la taberna que está a unas calles del río y al entrar a mi pequeño cuarto, he visto sobre la mesa este bulto rectangular envuelto en papel marrón. La curiosidad se apoderó de mi de una manera insana, al punto que rompí con los dientes el papel hasta revelar su contenido; ahí estaba,un precioso libro de verde cubierta, con letras y lineas en dorado, pero eso no fue lo que me dejó estupefacto; al fijar la vista en el título, un grito de rabia y odio saltó de mi boca: "Las damas de violeta.". Abrí con furia el ejemplar buscando el autor ¡que el infierno mismo me trague! ¡Su nombre! ¡El nombre que repito con espanto ahora! ¡Cerafine! ¡Me había robado mi historia! Me mordí los labios hasta sangrar y sentir los ojos pesados,calientes de rencor. Pero juro sobre la tumba de mis padres,que nada de eso se compara con aquello que experimenté cuando hojeé las páginas del libro. Porque solo cuando comencé a leerlo y tras acabarlo pude entender lo que es precipitarse en la demencia mas honda.El pecho se me hinchó de la excitación y un remolino de espinas me desgarró cada fibra. Nada humano puede explicarlo,pero estaba claro como el agua. ¡Esas palabras eran mías, esa prosa ,las metáforas, los errores incluso que deslizaba, la manera de hilar los versos, la forma de describir los paisajes!...¡y hasta el final que había pensado para el libro -y que jamás había contado a nadie- estaban ahí,frente a mis ojos!¡ y pude recordar todo solamente después de haberlo leído!¡ Era yo mismo ,leyéndome a mí mismo, como una pesadilla insoportable! Ese libro era el que yo hubiese escrito,pero no pude hacerlo. Que el cielo me proteja si estoy desvariando, pero ella...¡ella me había robado el alma!"
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