"Alseus llevaba allí quien sabe cuanto. La noción del tiempo se había vuelto algo tan confuso que había dejado de preocuparse por ello hacia mucho. Podían haber pasado horas, tal vez días o semanas enteras. Tampoco importaba ya. Se dijo,en un principio, que la fortuna lo había favorecido,pero no tardó en arrepentirse de ese pensamiento que cruzó por su cabeza. Cómo olvidarlo,si estaba instalada en su mente como un huésped maldito. Martillandole cada segundo, sin pausa. Se suponía que todo estaba planeado con perfección hasta el mas ínfimo detalle. Pero los dioses no siguen los planes de los mortales. Tal vez -pensó durante gran parte de su encierro- los dioses ni siquiera existían. Tal vez, los hombres eran hormigas vagando sin rumbo en un desierto inhóspito,camino a una muerte espantosa,. Recordaba con tal claridad el primer día, la ultima vez que vio la luz del sol. Antes de que la locura se alojara como un parásito en cada célula de su cuerpo. Recordaba como las decenas de guerreros ascendían hasta el interior de aquel monstruoso caballo de madera.Lo demás era cuestión de paciencia. Esperar a que lo introdujeran dentro de los muros, esperar a que todos durmieran bajo el soporífero efecto de los toneles de vino y entonces atacar con la celeridad del rayo. Recordaba los rostros sedientos de sangre,ansiosos por dar de beber a sus afiladas espadas. Lo recordaba,si. El también sufría la excitación del que va rumbo a una cacería humana por primera vez. Recordaba el instante en que alguien dio la señal convenida y el vientre del animal se abrió chirriando. Era el prólogo de un festín de sangre y dolor. Podía rememorar ese instante con espantosa exactitud. Sus compañeros saltando al exterior con los ojos encendidos. Pudo ver sus cuerpos tensados y las armas resplandeciendo con las llamas rojizas. Podía recordar,con el privilegio de haber sido el último es salir y eso fue lo único que agradeció de toda esa pesadilla. Podía revivir de nuevo aquella demencial escena. No debía ser verdad. La ciudad era un pantano rojizo,ardiente. Se alzaban por doquier, extraños picos humeantes, cuerpos carbonizados empalados en negras estacas y torres llameantes de las cuales procedían horribles lamentos. ¿Acaso esas horas en la asfixiante oquedad dentro del caballo artificial le habían trastornado? ¿Estaba alucinando debido al frenesí de la batalla? No podía ser. Y sin embargo aquello tenia que ser producto de su afiebrada cabeza. Pero el penetrante olor a azufre y carne quemada eran tan reales.El infernal calor que emanaba de los lagos de sangre espesa, se colaba en sus pulmones que parecían hincharse, repletos de humo. Entonces sucedió: de entre las montañas de cadáveres desmembrados, desde la profundidad de la tierra, de todas parten emergían esas cosas. Bestias de cuatro patas que jamas en su vida había visto, siquiera en esculturas. Sus garras afiladas,oscuras,asemejaban a hojas de hierro. Y sus ojos, la noche;negros,brillantes,profundos. Tenían el cuerpo cubierto de un pelaje carmesí y se confundían con los fluidos corporales que chorreaban por todo el lugar,entre los miembros mutilados y las entrañas esparcidas. Se avalanzaron raudos, sin dar tiempo a que nadie lograra reponerse de la sorpresa. Uno a uno,los soldados fueron cayendo; sus líquidos salpicando en todas direcciones, sus cabezas rodando entre las picas y las rocas de ébano. Desgarraban la carne con furia, y con a cada jirón arrancaban un grito inhumano, de espanto y suplicio insoportable. Todo lo veía. Habia olvidado la misión, su frenesí asesino, las ordenes recibidas antes de arrojarse dentro de aquel artilugio de ingeniería que iba a ganar la guerra. Solo pudo salir de su pétrea quietud cuando el horror le golpeó de lleno en medio del pecho. Sintió un vaho y las fauces que se lanzaban hacia él. No pudo recordar cómo,qué fuerza sobrehumana lo movió,lanzandolo de nuevo hacia el interior y cerrando la pesada escotilla en cuestión de un parpadeo. Después vino la angustia y con ella la desesperación. Siguió oyendo esos siniestros crujidos de huesos, los lamentos y gritos. Oía cada masticada y los pasos,el crepitar del fuego. Oía risas macabras. Durante varias noches lo sobresaltaron los golpes en las paredes de madera,y el fétido olor de la putrefacción misma. Cuando el hambre hizo mella, comenzó a roer un brazo que había caído dentro al ser desprendido violentamente de su poseedor. La acritud le revolvió el estómago,pero se obligó a tragar. Una mezcla de repulsión y complacencia lo aturdió completamente. Estaba logrando sobrevivir. Días,horas,semanas. Quien sabe cuanto mas pudiera soportar en esa prisión de oscuridad, de calor sofocante,como la boca de una caldera que lo preparaba para ser devorado. Lentamente su cuerpo fue perdiendo las fuerzas,cuando nada quedaba para llevarse a la boca mas que sus mugrientas uñas. Pero fue afortunado una vez mas: la locura había destrozado su mente antes de que su humanidad se debilitara del todo. No fue capaz de comprender,dejándose llevar en esa nube de inconsciente rendición. Recordaba aun, el terror de unos colmillos chorreantes y un aliento a vísceras podridas. Recordaba a los hombres desgajados,triturados y lanzados al aire como guiñapos de piel y músculos y huesos. Recordaba pero se convencía de la irrealidad de todo aquello. Una noche,o una mañana, simplemente se arrastró hasta la puerta de madera;apenas tenia fuerzas;sus brazos y piernas eran resecas ramas; los ojos flotaban en sus órbitas inquietos,ansiosos de libertad. Quitó el seguro,en la convicción de que el mundo volvería a presentarse como siempre fue,cuando saliera al exterior. Con esfuerzo,asomó medio torso por el hueco. El olor del azufre lo impregnó una vez mas,pero no quedaba en su espíritu ni una sola gota de vitalidad para esconderse. Su tronco se arqueó,colgando boca abajo,contemplando el espectáculo sin poder hacer nada. Era el Infierno mismo. Los gusanos arremolinados sobre los cuerpos hinchados; forúnculos inmensos sobre la gules piel qu
e palpitaba hedionda. Quiso que las bestias volvieran y acabaran con su insoportable existencia, pero la fortuna lo había abandonado. Permaneció así, vivo y sin fuerzas, viendo, siendo testigo mudo de aquel carnaval del averno. Una orgía de aullidos bestiales y llamas inextinguibles. Recordaba cuando el enorme caballo fue arrastrado tras el velo de la noche hasta las monumentales puertas de la ciudad. Recordaba, viendo a través de los intersticios de la pared de madera, recordaba. Aquellas palabras talladas sobre el dintel. Lo había olvidado o no le había prestado atención. El hombre decide recordar solo aquello que le es vital. Y sin embargo pudo recordar ,mientras el llanto salobre ahogaba su garganta. Palabras desgastadas en bajorrelieve, rebotando en su calavera : "Abandonad toda esperanza,vosotros que entráis aquí".
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