domingo, 7 de febrero de 2016

Tero








Lucrecia tenía los ojos mas hermosos del mundo,según el desfigurado criterio que suelen tener los enamorados; y definitivamente Andrés estaba enamorado hasta los huesos de Lucrecia. Dejando de lado los ojos (cafés, normalitos), le gustaba cada pulgada de su anatomía,aunque un tercero bien podría haber jurado que la menuda niña no tenía nada de especial. Pero bueno...¿dije que estaba enamorado hasta la médula?
Asistían a la misma escuela desde los seis años y se habían hecho muy amigos desde aquella tarde en que Lucrecia se mostró interesada por la colección de dinosaurios de plástico que Andrés utilizó para su exposición de Ciencias Naturales. Fue cuando descubrieron una pasión en común: hablar sobre lagartos gigantes extintos. Nunca antes -aparte de Julia,su mamá- alguien había comprendido y festejado ese interés desmesurado por las criaturas jurásicas. Podían quedarse horas hablado del tema sin aburrirse o pasar a otro asunto. Lucrecia había demostrado tener un amplio conocimiento en la materia,pero no existía quien ganara a Andrés ,en lo que a dinosaurios de refería ( según su mamá).
El asunto que traía preocupado al chico,desde hacía algún tiempo, era la forma de averiguar si ella sentía lo mismo por él. No tenía el suficiente valor como para declararse de buenas a primeras. Necesitaba descubrir si sus posibilidades eran altas,primero. En su cuarto, por las noches, sufría en silencio esa angustia infantil ( no lo digo por su edad,aclaro). La incertidumbre iba aumentando con el correr del tiempo y no parecía haber señales de que la cosa cambiase,a menos que tomara una decisión de una vez por todas. Ya habían cumplido los 11, edad mas que respetable como para incursionar en un noviazgo legal con todo el protocolo que eso implica.

Una tarde calurosa de Mayo, ambos regresaban juntos después del acto del 25. Andrés todavía acusaba una negra sombra bajo la nariz, como recuerdo del bigote al carbón que la maestra Susana le había dibujado para la obra escolar, en la que participó como extra.  Solían hacer el mismo recorrido siempre, pero a Lucrecía se le dio por usar un atajo para llegar mas rápido, atravesando un pequeño campito en el que a veces se colaban los chicos del barrio para jugar al fútbol. Eso no le gustó nada al pobre Andrés; significaba que iba a perder al menos quince minutos de la compañía de su querida .
Cuando habían llegado a la altura de un torcido árbol de mango, ubicado casi en el centro del terreno, una pequeña cosita marrón atravezó de lado a lado como una saeta, surgiendo de entre los matorrales. En primer instancia Andrés pensó que se trataba de un efecto óptico; alguna bolsa arrastrada por el viento o acaso unas hojas secas. Sin embargo,no tardó en aparecer aquella misteriosa forma de nuevo. Lucrecía lanzó un grito y se parapetó detrás suyo,señalando con el dedo al avecita que estaba frente a ellos en actitud desafiante. Andrés no era experto en ornitología, pero supo al instante que se trataba de un feroz tero,sin lugar a dudas. Era un adulto, porque claramente se distinguía el anillo rojo alrededor del globo ocular, lo que le daba un aspecto mas temible, si cabía. Andrés estaba asustado, como la mayoría de los niños que alguna vez se toparon con este avechucho de carácter muy poco dócil, pero no podía hacer el menor gesto que dejara este sentimiento en evidencia. Lucrecía se iba a decepcionar mucho de él si demostraba ser un cobarde que huía de un simple pajarito; mas aún cuando infinidad de veces se había jactado de no temerle a los velocirraptors (claro, medían 15 centímetros y dormían en su mesita de noche). El tero había adoptado una postura encorvada, como a punto de tomar carrera para embestirlo; en una reducida arena de toreo se había convertido el campito en ese momento. Andrés tomó una decisión de la cual se habría enorgullecido su mamá. Apartó lentamente a Lucrecia, empujando con suavidad su cuerpecito tembloroso,hacia un costado.

"Alejate despacito. No hagas ningún movimiento brusco."

La pequeña obedeció sin atinar a replicar. El terror se reflejaba en sus ojos cafés, normalitos. Con reducidos pasos comenzó a distanciarse de Andrés, En ese preciso instante, los eventos se dispararon. El salvaje animalito dibujó un extraño movimiento en zig-zag y salió como un cohete,elevando sus alas en actitud amenazante. No había tiempo para planes elaborados, fue simple reacción. De una patada rasante, Andrés levantó polvareda para cegar a su atacante y se arrojó sobre su flanco izquierdo. Funcionó bien, pero por poco tiempo; una vez disipada la nube de tierra,se encontró de nuevo frente al plumífero; en un duelo por la supervivencia del mas fuerte, como en el lejano oeste.
Unos metros mas allá, a salvo, Lucrecía miraba con nerviosismo la escena.

"¡Levantante y corré!"-le gritó con voz angustiada

El tero giró el pescuezo y pareció meditar un momento. Como si estuviera sopesando la idea de redirigir su ataque. Andrés interpretó esto mismo y sufrió un espasmo que nunca olvidaría. "¡Va a lastimar a Lucrecia!"
Si algo entiendo de los enamorados, es que pueden volverse muy valientes en una situación que requiera proteger al ser amado; o muy estúpidos, que vendría a ser lo mismo.
Sintiendo que la sangre le subía hasta las mejillas, apretando los dientes y los puños con fuerza, Andrés lanzó un grito de guerra que se oyó por todo el campito, aunque no había nadie para escucharlo, aparte de Lucrecia, e incorporándose de un salto cual resorte, se lanzó en alocada carrera contra su adversario. Podríamos apostar a que el tero no se lo esperaba. Incluso, en su carita emplumada, algo parecido a un gesto de incredulidad se pudo ver por una milésima de segundo. Y sucedió lo inesperado, enfilando hacia unos de sus costados, comenzó a huir del humano que había pasado de perseguido a perseguidor en un parpadeo. Era un cuadro surrealista digno de una comedia. El tero planeando a milímetros del suelo, o corriendo sobre sus finas patitas  de a ratos; y detrás Andrés, cual alma que lleva el diablo. Puedo imaginar a esas dos ridículas figuras atravesando toda la Pampa, persiguiéndose por horas con un sol naranja de fondo, como si estuviera viendo un dibujo animado de la Warner, pero no sucedió eso. Una hondonada invisible, oculta por altos matorrales, se tragó de golpe a ambos.
Despatarrado sobre un colchón de pasto seco, Andrés se quedó mirando al cielo diáfano sobre su cabeza. Respiraba agitado, sudoroso, perdiendo lentamente esa sensación de adrenalina que le recorría el cuerpo.

"Sos un idiota"

En efecto, su voz interior tenía toda la razón.

"Nunca me topé con un idiota de tu calaña"

Su voz interior era un poco agresiva,pensó. Pero entonces recordó que no tenía voces internas y sintió de nuevo el espanto que creía superado.

Se levantó ,quedando sentando, con la sorpresa estampada en la cara,sin poder creer lo que sus ojos y oídos querían trasmitirle.El tero se sacudía las briznas de pasto de las alas mientras le miraba con ojos reprobatorios.

"Mirá que correrme vos a mí. Jah! ¿Pensaste al menos en las consecuencias de eso?"

No respondió,claro. La mandíbula inferior le colgaba impidiéndole articular palabra alguna.

"Hay un orden natural para todas las cosas. El perro mea al árbol, no al revés. Si entendés eso, vas a vivir bien el resto de tus días."

Andrés aclaró como pudo su garganta y reunió todo lo que le restaba de coraje para hacer que las palabras le salieran claras. Sin embargo se tropezó con las sílabas y balbuceó tartamudeando:

"V-vos ha-ha-blás"

El tero alzó las alas y miró al cielo, añadiendo:

"¡Milagro!. El humano tiene algo de inteligencia"

Esto fue lo que más hirió el orgullo de Andrés. Después de haber arriesgado su vida  (según su punto de vista), ese feo animal se mofaba de él.

"¡Callate!. ¡Se supone que los teros no hablan! ¡Es normal que me parezca raro!"

"¡Tampoco es normal que un pichón de humano corra a un tero,pero acá estamos!"

"¡Esa es tu culpa!¡Estabas por atacar a Lucrecia.Tenía que hacer algo!"

"¡Yo estaba protegiendo mi nido! ¿Se supone que tenía que dejarlos pasar así como así?"

"¡Claro! ¡Este campo es de todos!"

"Típico pensamiento de humano"

"¡Callate de una vez!"

Durante largos segundos,se quedaron en silencio. Acomodando sus ideas. Uno frente al otro,como dos gladiadores vencidos que arrojaron ya sus armas.

"Tenés algo de razón. No debería haber atacado a la chica. Pero me pareció que era la estrategia mas efectiva para alejarlos ."

Andrés percibió la sinceridad en su voz. Y entendió. El tero también estaba protegiendo algo querido,así como él. De alguna manera, se habían encontrado atrapados en la misma situación, sin otra opción. no podía culparle por haber actuado como lo hizo.

"Cierto. Yo no debería haber pasado por acá. Fue idea de Lucrecia. Quería tomar un atajo,aunque yo sabía que los de tu especie anidaban por esta zona."

"Ya está. No pasa nada. Es bueno que hayamos aclarado las cosas. Rara vez tenemos la chance de hablar con uno de ustedes. Ya sabés como es."


"Jah.Sí. Ustedes nos persiguen y nosotros corremos. El árbol no puede correr al perro para mearle"

Una sonora carcajada acompañó estas palabras. El tero se tomaba la panza con ambas alitas, y se revolcaba de risa. Era una escena curiosa, como sacada de la cabeza de William Hanna o Joseph Barbera. Cuando terminaron de reír,con lagrimas asomándole en los ojos, Andrés se arrodilló y extendió la mano en conciliador gesto.


"Perdoname por invadir tu casa. Prometo no volver a cruzar por acá"

El tero estrechó la mano que le tendía el niño.

"Te gusta esa humano¿no?"

"Sí,mucho. Es la única chica de la que me he enamorado. La protegería hasta de un tiranosaurio si fuera necesario."

"Ya veo. Tenés algo de tero también.también. Jah. Eso es bueno"

"Gracias. Y vos tenés algo de humano también."

"Mirá,tengo una idea. Si te parece bien.¿Querés oírla?"

Andres asintió con la cabeza efusivamente sin dudarlo.


Pasaron muchos meses. Lucrecia y Andrés continuaban sus largas charlas sobre dinosaurios, pero también hablaban sobre pájaros, un nuevo pasatiempo del que Andrés había contagiado a su novia. Porque ya eran novios oficialmente ¿no lo había dicho?  Claro, después de semejante acto de arrojo, el muchachito perdió toda cobardía y se declaró sin tapujos a su amada doncella de ojos cafés,normalitos. Regresaban todas las tardes del colegio,como de costumbre, pero su paseo ahora duraba veinte minutos mas. Al recorrido usual le agregaron una caminata a través de los terrenos que estaban junto a las vías. Nadie solía usar este camino debido a que era considerado territorio dominado por los teros. A Lucrecia ya no le asustaban como antes. Por alguna razón, cuando su novio la acompañaba, ya no se producía ningún ataque por parte de estos animales. Ni siquiera se avistaban u oían. Solo Andrés sabía de la razón de todo esto; cada tanto podía ver de reojo, un copete asomando tras unos yuyos y los palitos acomodados prolijamente para señalar  la ubicación de los nidos. Los domingos por la mañana no veía a Lucrecia,que asistía con su familia la iglesia.
Aprovechaba estos momentos para ir a sentarse bajo el árbol de mango en el campito,donde escuchaba con fascinación las cómicas anécdotas de su amigo,que le contaba entusiasmado, con lujo de detalles, como  había espantado a los invasores de sus dominios,esa semana.







No hay comentarios:

Publicar un comentario