Una cerveza de vez en cuando no hace mal; era esa su filosofía. El trajín de la jornada laboral lo ameritaba. Así es que ,cada noche, bajaba las escalinatas que iban hacia el río, después de trabajar, y se dirigía al bar "Anabella". Era un lugar muy íntimo, de esos reductos donde aún podía respirarse un aire relajado, como el de un santuario budista, un oasis donde escapar del bullicio diario. La decoración rústica, tenía buen gusto, sin excesos innecesarios; las luces iluminaban lo justo y la música....ah! la música era lo que a él mas le gustaba. La dueña del lugar, Ana, una encantadora mujer de unos cuarenta y tantos años, se encargaba de atender la barra y de ambientar el salón con la música de su vasta colección personal. Piezas de jazz, soul y algo de melodías celtas,cuando los clientes eran escasos. Por eso se sentía tan a gusto en ese reducido espacio de humo y sonido de cristales. Era su casa mas que su propia casa; conocía cada rostro y los nombres de cada parroquiano que lo frecuentaba ,aunque jamás hubiese tratado con ellos; tan solo por oír las conversaciones todas las noches desde hacía un año. Siempre pedía lo mismo: cerveza negra y un platito de papas. Le gustaba la barra, pero los asientos del fondo eran mullidos y cómodos, perfectos para dejarse caer en ellos y disfrutar del ambiente. Ese día fue especialmente cansador y sentía la cabeza pesada de tantas preocupaciones. Ana le hizo un par de preguntas -una de sus conversaciones usuales- él respondió con voz mecánica, sin pensar demasiado; estaba en uno de eso días fatales en que se creía el ser mas desdichado del mundo. Se llevó su cerveza hasta el último sillón del fondo y se recostó, estirando las piernas en toda su longitud. Bebió un par de sorbos dejando que el líquido espumoso le acariciara el paladar,luego la garganta y por último, el cerebro. Se fue apaciguando poco a poco mientras miraba a través de la ventana. No miraba nada en particular, sino a un punto cualquiera en el espacio,aleatoriamente,perdiéndose de a ratos, volando sobre el oleaje de las grises aguas. No miraba nada, pero algo terminó por pescar su atención lo suficiente como para que se incorporara -apenas un poco- de su cómoda posición. Delgada,de pasos suaves y decididos; la oscura cabellera recogida indolente sobre uno de sus hombros. La chica desapareció de su vista, solo para reaparecer por la entrada principal. Eso lo alegró o al menos le dio un motivo para distraerse de sus negros pensamientos por un instante. Se dirigió a la barra,escogiendo la última butaca de la hilera, es decir, bastante cerca como para que él la examinara detenidamente y en detalle. Era hermosa,sí, pero no al punto de deshacerse en odas hacia sus virtudes venusinas; no. Cargaba con esa belleza urbana,desenfadada, de rasgos simples pero correctos, capaces de pasar inadvertidos para unos y provocar demenciales pasiones en otros. "Todo según el cristal con que se mire",pensó tirado en su mullido sillón del fondo. Y a pesar de que fue capaz de comprender esas verdades con frío análisis, no evitó sentirse atrapado, arrastrado hasta sus negras pestañas inquietas, el rouge brillante y el lunar que dormía junto a su boca. Cada vez que articulaba palabra, la ovalada mandíbula subía y bajaba, y con ella el lunar, graciosamente. No podía apartar su vista de ese insignificante detalle. Insignificante, pero que,a su juicio, realzaba todo lo demás. Como una rosa elegantemente colocada en un tocado. El sello de cera carmesí sobre el pálido papel. Un detalle, una marca; una preciosa maravilla sidecdóquica. Podría haber quedado todo en una simple apreciación, como quien se embelesa a través del cristal de un escaparate, pero algo le gritó desde el pozo silencioso de su calavera, que jugara sus cartas pues la partida pintaba volverse a su favor. Era cosa de nunca. No solía abordar a desconocidos, ni a conocidos tampoco. Respetaba los espacios personales como gustaba que respetasen el suyo; sin embargo se encontró sin cuestionárselo, de pie junto a la muchacha en menos que un gallo canta.
"¿Le molesta?" Recurrente pregunta de manual.
"No,para nada. Adelante"
Ocupó el asiento vacío que estaba a su derecha y haciendo señas -que Ana interpretó perfectamente- solicitó otra cerveza.
Cuando tuvo la pequeña botella frente así, meditó unos segundos y se la llevó a los labios, ignorando el vaso vacío que Ana le dejara. Creyó ver una leve sonrisa en su vecina de butaca. Lamentó que no hubiera habido un espacio libre al otro costado, desde donde pudiera apreciar el hermoso lunar que adornaba su rostro.
"¿Primera vez que viene a este bar?"
Romper el hielo no era su fuerte,pero lo estaba intentando; por Dios que lo estaba intentando con gran esfuerzo. Y contra todo pronóstico, la torpe maniobra pareció funcionar. Ella emitió una risa breve y suave; dejó su vaso de "Dr. Lemon" sobre la barra y le tendió una mano.
"Así es. Mi nombre es Diana,mucho gusto. Preferiría que dejaras las formalidades y me tutearas. A mis 26 años no les cae muy bien que utilicen el "usted" cuando se dirigen a mí. aun cuando se trata de un completo extraño."
Bastaron esas solas palabras para que se le escaparan las preocupaciones a través de cada poro. En un suave discurrir de risas y gestos, se le fue la noche. Abandonaron juntos el bar, rumbo a la parada. Ella subió en el primer ómnibus que arribó y se alejó,lanzándole un beso desde su ventanilla.
Los siguientes días estuvieron cargados de ansiedad; la ansiedad loca del que está en vilo, parado sobre la plancha a punto de ser arrojado al mar de los enamorados. Esperaba las noches con gran entusiasmo. Y cada vez que tocaba la alarma de salida,era el primero en abandonar su puesto,raudo,para sorpresa de sus compañeros que lo tenían por un hombre parco y taciturno.
Diana demostró ser una persona de muchas cualidades interesantes. Le gustaba la lectura y podía estar largo rato hablando sobre sus autores favoritos o acaso de las adaptaciones cinematográficas de algunos libros; era amplia en cuanto a su criterio musical y bien sabía sobre punk rock como de tango; hablaba de todo casi sin transiciones, como si el mundo dentro de su mente fuese un campo inconmensurable donde pastaban las mas heterogéneas ideas.
Al mes de haberse conocido, ya estaban conviviendo en el mismo departamento. La excusa que ambos usaron para una decisión tan apresurada fue la reducción en los gastos. Ella estaba cursando la carrera de Filosofía ayudada por una beca universitaria,mientras que él trabajaba doce horas diarias con un salario explotador. Compartir el costo del alquiler amortiguaba mucho el impacto en sus finanzas. Lo cierto fue que , coexistir no representaba ningún problema; lo sobrellevaban de forma tan natural como si se hubiese tratado de hermanos que convivían de toda una vida. Hacían el amor con frecuencia y eso mitigaba los calores que él arrastraba tras dos años de solitaria existencia. Luego de cada encuentro sexual,ella era la primera en quedarse dormida, mientras él la observaba cariñoso desde su lado de la cama. Había escogido el hemisferio derecho del mueble,con la oculta intención de poder apreciar el sensual lunar cuando ella se volteaba; había aprendido sus costumbres y sabía que prefería dormir mirando hacia la pared.
Las semanas transcurrían con normalidad, o con aparente normalidad. Sin embargo,dentro de su cabeza, algo se agitaba inquieto. No se podía explicar esa particular sensación, pero sabia que estaba ahí, perturbándolo a toda hora. Solo se calmaba cuando yacía junto a ella por la noche; pero no era el sexo ,sus besos o sus caricias; no. Descubrió que lo que calmaba su extraña excitación era la contemplación del lunar junto a la comisura de su boca. Sí. Esa diminuta acumulación de pigmento era su bálsamo. Mirarlo,hipnotizado, durante prolongados espacios de tiempo se había convertido en un pasatiempo, o peor aún: en una obsesión. Lentamente, ella fue apagándose, tornandose borrosa en su memoria; solo permanecía nítida,la imagen de su lunar, como si enfocara la cámara solamente en ese punto en especial. Las conversaciones comenzaron a silenciarse; no la escuchaba, simulaba oír, respondiendo a cualquier inciso con un "ajá" o un desinteresado "hum". Porsupuesto que Diana no era ninguna idiota y no tardó en notar este cambio en él. Tal fue su sospecha de que algo estaba mal, que empezó a integrar incoherencias y absurdos, dentro de sus conversaciones, confirmando que no era escuchada en lo mas mínimo. Durante una de tantas charlas sobre sus clases, se animó a colocar un poco disimulado "tengo un amante", a lo que él replicó con un poco entusiasta " así nomás es". La preocupación fue en aumento cuando descubrió que no solo no la escuchaba sino que no la miraba tampoco. Sus ojos estaban centrados en un único punto fijo, junto a su boca. Hizo pequeños experimentos para saber si estaba en lo correcto: se volteaba ofreciéndole el otro perfil pero él se colocaba de nuevo en posición que le permitiera visualizar su lunar; fingía estar dormida mirando hacia el lado opuesto de la pared,pero él con delicadeza movía su cuerpo hasta acomodarla en la otra postura. No hacía falta más; era tan obvio que una noche,sentados en la mesa cenando, sacó a relucir el tema.
"Me parece que estás distante últimamente" Dijo mientras hincaba un huidizo raviol con el tenedor.
Claro que él ni la escuchó; estaba hundido en sus pensamientos, ajeno a todo, menos a su lunar. Al día siguiente averiguó entre sus profesores de cátedra y supo de un especialista que podía ayudarla con este asunto. Lo contactó por teléfono y concertó una cita . Un turno para el sábado siguiente a las 09:00. No le fue fácil,pero consiguió arrastrarlo hasta el consultorio del doctor Renoir -que así se llamaba- con amenazas y promesas de todo tipo. Lo esperó en la salita, hojeando viejas ediciones de Gente y Caras. Cuando salió, se lo notaba algo mas lúcido, despierto tras un sopor de varios días. Tuvieron una charla camino a casa, algo confusa,pero charla al fin. Tras algunas semanas de tratamiento, percibió una notable mejoría en su comportamiento. Estaba volviendo a ser el mismo muchacho del bar. Quizás algo menos demostrativo en sus afectos,pero igualmente menos perdido en su universo particular. Cada tanto lo ponía a prueba, pues notaba todavía cierta fijación anormal; momentos de pesado silencio absorto, viéndola a los ojos fijamente. Pero ella no era fácil de engañar; sospechaba que no veía sus ojos sino a su lunar,aunque mas no fuera por medio de su visión periférica. Tal vez su recuperación era una bien planeada pantalla, o quizás aquello necesitaba de mas tiempo para restablecerse completamente.
Diana no era del tipo de chica que hace de su vida privada un teatro para todo público, pero la peculiaridad de todo el asunto la había estado debilitando y Nora,su mejor amiga, fue la primera en notarlo. Por mas que opuso resistencia al inicio, terminó por contarle todos los pormenores de su situación. Cuando hubo terminado, tenía la boca reseca y la agitación en los ojos . Fue una necesaria catarsis que agradeció mucho. Regresó esa tarde con la sensación de que vendrían tiempos mejores de ahí en mas. Lo importante era que se tenían el uno al otro. Durmió esa noche como lo hacía habitualmente, de cara hacia la pared; en un momento dado creyó sentir la respiración de él,cálida,cercana; pero no como un aliento cualquiera; era un insistente inhalar y exhalar, como de un demente acosándola, observando fijamente su oscuro lunar; un ladrón ambicioso frente al diamante mas caro del mundo. Experimentó una pesadilla luego, cuando volvió a quedarse dormida, y al despertar tuvo la impresión de que aquella incomoda sensación había sido solamente parte de esa pesadilla.
Durante el receso -al día siguiente- finalizada la clase de Historia, salieron junto a Nora a fumar al patio y entre charlas acerca de la materia,dejó resbalar lo de la pesadilla de la noche anterior. Notó a su amiga con algo de preocupación por lo que rápidamente cambió de tema. Sin embargo Nora insistió en seguir con aquello y le sugirió hacer una prueba, como las que anteriormente Diana había puesto en práctica,pero esta vez algo mas directo. Conocía a varios miembros del cuerpo de teatro municipal y pensó que sería una buena idea utilizar sus recursos para llevar acabo su plan. Ese mismo día se presentaron en el viejo teatro donde las recibió Angel,un extrovertido actor de cabellera multicolor, cuyo desempeño sobre las tablas se igualaba a su talento con el maquillaje, según Nora. Resumiendo un poco la historia,puso al tanto a su amigo de las circunstancias de Diana y sobre su plan original. No le tomó mas de unos cuantos minutos enmascarar el lunar con silicona, de tal manera que, si no se miraba con lupa, era imposible no decir que esa era su piel verdadera. Luego, procedió a colocar un lunar postizo,tan real que nadie sospecharía que se trataba de un reemplazo. Estaba lista para despejar aquellas dudas que formaban nubes en su cabeza,de una vez por todas.
Como cada noche, él llegó cansado y se tiró sobre el sofá; encendió la tele y saltó algunos canales. Diana había preparado algo de café y se lo sirvió en un pocillo junto a una bolsa de masas dulces.
"¿Día dificil?"
La miró con un gesto de ternura a los ojos; o tal vez a su lunar.
"Un poco. ¿Y el tuyo?"
"Lo normal. Algo agotador."
"Me imagino."
No podía soportar esa mirada interminable. Estaba segura de que iba a superar su estado de obsesión. Ella alguna vez también había sufrido su propio TOC, y sabía que ,con las medidas adecuadas, era un problema curable. Pero algo seguía pinchando sus fibras desde el interior, unas punzadas molestas; esa voz que le susurraba :"¿estás segura?. ¿completamente segura?
Llevó la taza y la enjuagó bajo la canilla; el agua helada le adormecía la manos.
"Hay algo...hay algo que es una tontería pero nunca te lo dije"
"Decime"
Ni siquiera la estaba mirando, seguía con su ejercicio de saltar los canales del cable.
Diana rodeó el sofá y se paró frente a él, forzando una sonrisa alegre. Usando el dedo índice de su mano derecha, escarbó bajo el lunar junto a su boca, pero no lo suficiente como para dañar la fina piel artificial. Con un gesto displicente, lo depositó sobre la servilleta de papel que llevaba en la otra mano; hizo un bollo y lo arrojó a través del hueco de la puerta. El bollito de papel cayó sobre el piso del estrecho balcón,pero un repentino viento lo obligó a rodar y caer los cinco pisos que lo separaban del suelo.
"Lo empecé a usar en la secundaria, en un tiempo en que estaba muy insegura de mi propia persona, simplemente por moda, pero me encariñé tanto que no podía despegarme de él. Supongo que estoy en momento de mi vida donde necesito ser sincera en todo y despegarme de lo que no tiene valor, porque es lo menos que se merece la persona que tengo a mi lado."
Las palabras no fueron meditadas; eran diferentes a las que estaban en el guión que Nora le había aconsejado usar. Le pareció que debía ser espontanea o sonaría tan falsa como el lunar que yacía en el fondo del arrugado papel. Pero no importó mucho. Esta vez tampoco la escuchó. Y no fue por aquella fría indiferencia que había demostrado en sus peores estados de ausencia.No. Simplemente no podía escucharla; no desde su lugar. No escuchó nada,ni una palabra. No podía hacerlo en mitad de su viaje, cayendo los cinco pisos que lo separaban del suelo,donde lo esperaba aquel pecaminoso lunar que tantas veces soñó con arrancar de su carne y hacerlo solo suyo... suyo y de nadie más."
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