viernes, 26 de agosto de 2016

Yo era un pavote desinformado








Ayer,como al pasar, escuché a mi tía repetir una frase que flota en el discurso cotidiano de los últimos tiempos con aires de certeza irrefutable: "Los chicos de hoy son mas vivos que los de antes".
Me parece que en esa frase existe un error de análisis muy grosero. Los pibes de hoy salen tan pelotudos como los de nuestra época, pero con una diferencia sustancial. Nosotros fuimos boludos ignorantes, en cambio los chicos de hoy en día son boludos informados.
En estos tiempos de omnipresente tecnología ,basta tan solo un touch aquí o allá para tener acceso a un universo de datos de todo tipo, ya no hay filtro que valga. Novedades al instante sobre el conflicto en Medio Oriente, los quilombos financieros locales, las reseñas de la últimas Olimpiadas o la pornografía mas variada que uno se pueda imaginar. Todo con abrir una pestaña nueva.
Repasando mi historia me topé con un recuerdo que pone de manifiesto esta teoría de que las generaciones presentes y pasadas comparten una ingenuidad innata, alterada ocasionalmente por la adquisición -voluntaria o no- de  conocimientos que vengan a mermarla o a contaminarla.

Yo rondaba los 11 años de edad, esa etapa de la vida en que pisamos la delgada linea que nos separa de un mundo nuevo por descubrir. Y es que en los albores de los años 90' no sabíamos casi nada de nada que no estuviera estrechamente relacionado con nuestras actividades académicas o lúdicas. No había internet, en casa no contábamos con televisión por cable,  ni remotamente sospechábamos que algún día los teléfonos se llevarían en un bolsillo.  Nuestro espectro de saber se limitaba a nuestro entorno mas inmediato y eso era todo. Pero había una puerta  -de las pocas- que  podía echarnos un poco de luz sobre el mundo por venir; y esa puerta eran los hermanos mayores. A través de ellos nos llegaban las noticias del nuevo continente llamado "adolescencia". Quien contaba con un hermano algunos años mayor, corría con cierta ventaja al tener la posibilidad de obtener datos valiosos sobre ese misterioso territorio al que aún no arribábamos y que se nos antojaba tan lejano como el Paraíso terrenal.

Mi hermano mayor, Martín,y yo teníamos relaciones muy poco cordiales, en parte porque ya no compartíamos actividades similares ni entornos en común, ni nada. El naufragaba en su propio mar de rateadas del colegio y puchos escondidos bajo la cama, mientras que yo todavía seguía entusiasmado con los juegos de plaza. Resulta que después de más de una década sin ninguna mejora, la municipalidad había decidido remozar  nuestra vieja plaza Urquiza, y eso sirvió para despertar de nuevo mi interés. Sin embargo, a pesar de que apenas nos hablábamos,  mi hermano me confió un día cierta gracia que  había aprendido por ahí: se trataba de  hablar en "chi". Aunque pueda sonar como algo complejo, era una de una de las prácticas mas difundidas en nuestro país, y según la región, sufría diferentes variantes. La gracia era sumamente sencilla; bastaba con anteponer la sílaba "chi"  a cada sílaba que pronunciábamos al hablar. Así "solución" se convertía en "chisochiluchición". El chiste además,consistía en dominar esta práctica al punto de acelerar la velocidad de nuestro discurso sin confundirnos ,lo cual aumentaba la perplejidad de quien nos escuchaba y no estaba al tanto del código utilizado por nosotros. Era la máquina Enigma de nuestro tiempo, un ingenio de espionaje ideal para intercambiar información sin ser atrapados por oídos indiscretos.

Una de esas tardes en que nos balanceábamos en una especie de hamaca comunitaria con mi amigo Victor, decidí confiarle ese lenguaje secreto,porque bien se sabe, un lenguaje solamente conocido por una persona es tan inservible como el primer teléfono de la historia. En pocos días, Victor había dominado por completo la técnica, por lo que nos dedicamos a tener extensas charlas en "chi" para satisfacción de nuestros pequeños egos infantiles y el asombro de los imberbes anónimos que ocupaban los juegos cercanos.
La vida marchaba como siempre, con esa rutinaria liturgia que tiene un niño a  los 10 años. Todas las tardes después del colegio, pasaba por lo de Victor y jugábamos una carrera hasta la plaza, y ahí nos pasábamos al menos dos horas saltando desde el nivel superior hasta el arenero, trepando el tobogán por la parte resbaladiza o subidos a la hamaca comunitaria (un tablón para cuatro personas,sujeto por unas barras paralelas que permitían balancearse lateralmente). Así fue como conocimos a Carolina, una preciosa doncella de cabellos castaños y ojos verdes,que casi inmediatamente  puso mi mundo patas para arriba. Puedo decir sin reparos que ella fue mi primer amor. Hasta esa fecha solo había visto a las mujeres como entes asexuados y cuya única misión en Ta tierra era la de entorpecer las actividades de los varones, pero aquella beldad de bucles inquietos y voz cristalina me flechó sin dar tiempo a que pudiera hacer el mínimo intento de resistencia.
Desde entonces entré en ese lamentable estado del enamorado enajenado, que es aún más patético cuando viene de la mano de la inexperiencia mas absoluta. Me dedicaba a realizar malabares sobre las estructuras tubulares poniendo en riesgo mi integridad física, buscaba temas de conversación que me parecían de elevada estatura , practicaba un fingido aunque sutil desinterés por ella; todo con la finalidad de conmover su corazón y ganarme su absoluta simpatía. Y es que ni siquiera imaginaba que algo como "amor" entrara en mi diccionario, me bastaba el halago de una predilección que me pusiera por encima de los demás, incluso por encima de Victor. Una de las maniobras a la que recurría con bastante frecuencia para lucirme frente a Carolina, era precisamente desplegar todo mi talento hablando en "chi".  Victor me seguía la corriente y llegábamos a entrar en una tácita competencia por ver quien utilizaba las palabras mas difíciles de ser pronunciadas y quien lo hacía con una mayor velocidad.
En medio de estas charlas,podía distinguir los ojitos acuosos de mi musa, destellando por el asombro y la admiración más sincera. Esos eran momentos de regocijo para mi joven alma, que brotaba como una semilla bajo el influjo de una mágica lluvia . Cada día que pasaba sentía que estaba dando un paso más hacia mi objetivo, solo necesitaba armarme de paciencia y no echar a perder mi minucioso plan. Pero el Destino tiene esos berrinches y se encapricha con sazonar nuestras vidas con algún condimento inesperado. Así fue como caí en cama,preso de unas fiebres fulminantes a mediados de otoño. Fueron cinco días de suplicio, soportando el caldo caliente y el té negro como único alimento y viendo las paredes celestes de mi pieza como único paisaje.
La tarde del sexto día,cuando estaba casi repuesto del todo -a decir verdad exageré mi mejora- salí como una tromba en dirección a la plaza. Victor y Carolina estaba meciéndose en la hamaca cuando me vieron llegar; noté una especie de sobresalto en ambos,pero mi cerebro no llegó a analizar ese detalle hasta muchos años después. Me senté en un extremo ,de modo que Caro quedó entre ambos y estaba obligada a girar la cabeza cada vez que uno de nosotros le dirigía la palabra. Me daba pena someterla a semejante esfuerzo,pero no estaba dispuesto a renunciar a su proximidad. En un momento determinado y sin mediar advertencia alguna, mi amigo me lanza un preciso

"¿Chia chivos chite chiguschita chiechilla?.

Fue una bofetada que no esperaba, eso era algo no se lo había confesado ni siquiera a él. Me lo había reservado para mí mismo como una joya valiosa, la piedra de toque que no compartiría con nadie en el mundo, solo con la propia Carolina cuando fuera el momento indicado.
La preciosa niña, la culpable de mis insomnios,  se giró y me observó con sus grandes lunas verdes, y yo -aunque sabía que ella ignoraba lo que Victor había preguntado- me sentí plenamente turbado, incómodo como nunca antes. Decidí hacer todo lo posible para que Victor no sospechara mis sentimientos hacia Carolina.

"¡Chiporchisuchipueschito chique chino! -dije alzando el tono un poco-

"Chini chilochico"-agregué.

La melena castaña ondeó en el aire cuando giró su terso cuellecito hacia Victor y después hacia mí en un veloz movimiento.Sentí el calor emanando de su cuerpo a escasos centímetros, percibí con mayor nitidez su perfume a frutillas justo cuando su encantadora boca se arqueaba para regalarme una sonrisa maravillosa; entonces su voz escapó en una bandada de aves invisibles,flotando sobre un aliento mentolado, y la pude oír como entre sueños: "Chivos chitamchipochico chime chiguschitás. "
Acto seguido, le dirigió una mirada cómplice a Victor y de un salto se puso en pie.

"Que suerte que podemos ser buenos amigos" . Dijo,abandonando el lenguaje secreto.

Ese día perdí la voz ,junto con un pedazo de alma y unos gramos de mi corazón quebrado. Sentí por primera vez el verdadero infierno de la traición. Victor le había revelado nuestro secreto mejor guardado; a ella, a una niña, a la niña que yo amaba. Era demasiado para mi cerebro confundido.
Soporté dos días más la metralla de sus obsecuentes palabras, pero cada vez  que Carolina hablaba me dolía más, entonces supe, de su propia boca, que estaba enamorada de Victor. Me lo hizo saber una tardecita mientras ella se balanceaba en la hamaca y yo hacía equilibrio sobre el "arco iris" metálico; todo alrededor nuestro se había teñido de naranja y ya no quedaba nadie jugando cerca de nosotros.

"Me gusta Victor" dijo mirándome de lado.

"¿Crees que yo le gusto?" me preguntó acto seguido.

Detuve mi acto de funambulismo y me fui sin responder a su pregunta. La dejé sentada en ese tablón de madera sin voltear siquiera una vez. Supe mas tarde que mi amigo había rechazado los sentimientos de Carolina. En realidad a él no le interesaba ella para nada. Fue cuando entendí ,que estaba destinado a caminar sobre el abismo para conseguir aquello que otros desdeñaban. A eso le llamo amor. O quizás sea locura. Años más tarde, durante un partido de volley en los intercolegiales, la volví a ver, sentada en la tribuna hinchando por el equipo de su colegio. Me levanté y desaparecí del gimnasio, como el eco de una vieja escena.  Ahí se quedó  ella, sentada en mis recuerdos hablando sola, para siempre.

En aquella época yo era un pavote como los pibes de ahora, pero desconocía muchas cosas del mundo.De haber estado preparado, tal vez -solo tal vez- el luto de aquella muerte primigenia no  habría perdurado hasta hoy."



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