jueves, 11 de agosto de 2016

Una lágrima fría





" Martín no sabía nada de cafés,cafeterías, o como quiera que se llamen. El era de la coca cola tomada del pico y el mate cocido en casa , pero hay cosas de las que no se puede escapar por siempre. Llamale determinismo barato. La semana anterior le habían respondido desde una editorial respecto al material que él les había enviado con una recopilación de sus ilustraciones.

"Estamos interesados" le habían dicho.
Hasta ahí todo genial, pero el editor quería entrevistarse con él en persona, así es que concertó una cita en un café paquete del micro centro. Podríamos suponer por su actividad que Martín prefería el sedentarismo, sin embargo le gustaba salir , pero sus salidas eran solitarias y nunca programadas. Le producía un gran malestar ajustarse a horarios pautados previamente, no poder elegir el lugar de reunión, vestirse exclusivamente para la ocasión y sobre todo, socializar.
Estaba tan nervioso y preocupado por fallar en algo esa mañana de la entrevista,que salió con varias horas de anticipación para asegurar la partida. El lugar se llamaba " Velvet Room Café", eso casi lo hizo retroceder y huir en veloz carrera; se tocó el bolsillo donde tenía la billetera con sus últimos 150 pesos; acto seguido,sacó un pucho y se lo fumó de tres pitadas antes de fumarse otro e ingresar finalmente. Por dentro el lugar era bastante acogedor, menos pomposo de lo que había imaginado en primera instancia; mucha madera, mucho mobiliario estilo rústico; las mesas bien dispuestas junto a unas anchas columnas que aportaban algo de intimidad, y eso gustó a Martín. Tímidamente se acercó a la barra donde una rubiecita pecosa ,muy simpática, lo atendió. El editor era cliente habitual, debido a eso tenía asignada una mesa que ocupaba siempre. La rubiecita llamó a una de las empleadas para que llevara a Martín hasta su lugar.

"Mara, por favor mostrale su mesa al chico."

Mara salió de atrás de la barra y también salió el sol por el oriente. En sus ojos sutilmente almendrados,negros; en el cabello castaño con destellos áureos; en el puente simétrico de la nariz con sus alas inquietas; en su boca carnosa cuyas comisuras acababan en unos graciosos arabescos. Todo en ella era un canto a la perfección ; a la perfección según el criterio de Martín. Por unos segundos se quedó anclado, atornillado al piso, solo mirándola. Cuando ella pasó a su lado, incluso se animó a dejar caer la mirada a lo largo de toda la espalda hasta detenerse en la unión de la estrecha cintura con una cola turgente. Aturdido por la gloriosa visión y el sortilegio provocado por el perfume que Mara había dejado flotando en el aire como un chal de seda, Martín creyó que iba a morir en ese mismo instante. Sin embargo se repuso apartando la vista de aquella sublime criatura y ,apretando las mandíbulas con fuerza, se obligó a caminar detrás de ella.

La muchacha le indicó un espacio muy al fondo, lejos de todo, bajo un enorme cuadro que recreaba una escenario parisino, y con gesto afable le entregó la carta.
Aún algo perturbado por la "visión exuberante de tal prodigio de la naturaleza" ( pensaba para sí mismo Martín) abrió la carta paseando la vista nerviosamente por las fotografías. Cafés, por doquier, muchos, inimaginables; no sabía que existían tantas variedades; macchiatto, crème, americano,brule,vienés, frappé... mucho rococó adornando los bocaditos y masas finas; mucho ornamento, firulete y lo peor de todo: los precios. Martín casi se cae al suelo, pero mantuvo la compostura. No dejó en ningún momento de mirar la carta; sospechaba que si la dejaba sobre la mesa ,inmediatamente acudirían a tomar su pedido,y estaba muy lejos de poder pagar siquiera un vaso de agua con sus lamentables fondos.

Con los ojos asomando apenas sobre el horizonte de la carta, se quedó esperando, haciendo fuerza con la mente para que que el editor apareciese lo más rápido posible y lo salvara de aquella situación tan incomoda. Pero lo que apareció fue solamente la figura diamantina de Mara.


"¿ Te decidiste por algo?"



Oh,mierda! Su voz era un llamador de ángeles que hipnotizó a Martín. Si algo de cierto tenía el mito acerca del canto de las sirenas, él lo estaba experimentando en carne propia; y no había palo mayor al cual atarse para zafar. Le devolvió un tímido "sí" que ella recibió con la mas tierna sonrisa que en el mundo pudiera encontrarse. Vaya que había valido la pena ese monosílabo mentiroso. Al cabo de unos minutos, la ninfa regresó con una "lágrima" y se marchó a atender a un nuevo cliente. Martín la marcó con su GPS mental, la seguía a donde se moviera; la observó acudiendo a otras mesas, llevando una bandeja aquí y otra más allá. Embobado en esa visión placentera , su mente volaba; la dibujaba en su cerebro con la precisión de un cirujano. Eso era lo suyo después de todo. El rostro lunar, la melena recogida en un rodete perfecto, los hombros rectos, la espalda sinuosa, el talle breve, la cadera provocadora, las piernas de mármol torneado. Entonces se dio cuenta Martín de que acababa de registrar en el lienzo de su imaginación, el cuerpo desnudo de aquella beldad. Había espiado debajo de su falda verde musgo y de su camisita blanca; y se sintió extasiado por ello, liberando toda la tensión reciente. Su pecho se inflamó de lascivia; de ese fervor que endurece las partes mas sensibles del hombre y es capaz de convertir en polvo su mas sólida determinación. Era la primera vez que ponía en práctica este ejercicio mental que resultaba tan fascinante. Este nuevo descubrimiento lo tomó por sorpresa; de golpe se olvidó del editor,de la cita , del café cortado con cupcakes. Carajo, se olvidó del mundo entero.


Resistiendo su natural pudor, se arrojó al más impensado de los atrevimientos: subió la apuesta, pasó al siguiente nivel. Cerró los ojos unos segundos para preparar la escenografía, los volvió a abrir y escrutó por enésima ocasión la anatomía de su musa. Entonces se relamió instintivamente antes de entrar en un difícil proceso de recreación virtual.

La cafetería desapareció y en su lugar aparecía ahora, una enorme habitación decorada con espejos, cortinas rojas y una gran cama circular en el centro.
El minibar a un costado con una tenue luz de una lámpara alumbradolo, era un toque que se robó de alguna vieja película. Comenzó a sentir el aire cálido y la música surgiendo de las paredes tapizadas; unas notas de jazz,relajadas,lánguidas. Entonces la puerta lateral se abre con un salto de la traba -como un "clak!" seco- que rompe la serenidad reinante . Primero asoma una pierna interminable envuelta en medias de red ; el muslo desnudo deja verse un rato después, antes de que el torso atrapara toda la atención de Martín. Mara atraviesa la estancia cimbreante, marcando el final de cada contoneo, justo ahí en el ápice del vaivén que dibuja su maravillosa cadera. Los brazos a los lados son como plumas flotando mientras acarician su cuerpo sensualmente; y los ojos, esas vainas que contienen dos lunas verdes, juegan a las escondidas detrás de cada parpadeo intencional. Martín no puede decidir a dónde dirigir la mirada; si al cuello pálido -que a prepósito ella deja al descubierto echando su cabellera hacia atrás- ; si al valle formado entre sus blancos senos, donde un lunar solitario se agita de arriba hacia abajo; si al ombligo náufrago en el mar de su piel,que parece atraerlo como la luz a un insecto; si a la carne de su muslo,que se ofrece en bandeja de lycra, pidiendo ser devorada salvajemente a dentelladas.
Ella se inclina sobre la cama circular con displicencia, dejando caer todo el peso del cuerpo sobre su costado y lo mira; lo observa con sus dos lunas menguantes intermitentes. La turbación de esos ojos lo incomodan y logran que cierre los suyos propios para evadirlos aunque sea unos segundos. Si hay algo que Martín no sabe hacer en este mundo es ver a las personas directamente a los ojos. Lo hace sentir desnudo, desvalido por completo. La muralla de imposturas y ademanes cordiales que le sirven de parapeto para moverse en sociedad, se derrumba ante el primer contacto visual sostenido. Deja de actuar y desde el pozo de su ser emerge el verdadero Martín, el que tartamudea cuando no encuentra la palabra justa; al que le sudan las manos cuando tiene prisa por irse; el que se toca el lóbulo de la oreja cuando se siente fuera de lugar. Ese Martín que no quiere mostrar al mundo. Ese mismo quiere ahora mantener confinado, por eso ha cerrado los ojos este breve instante mientras Mara lo taladra desde el lecho.
Cuando de nuevo los abre, ella está de pie, acomodando una de sus ligas. De pronto cesa con la tarea y da un paso en su dirección, luego otro y otro más, acortando con rapidez la distancia entre ambos. Martín se espanta, notando que ha perdido el control de aquella fantasmagoría. El libreto está escribiendose solo. Ese personaje -brotado del mundo de su imaginación-que tiene el aspecto de la hermosa Mara, ha cobrado vida propia ;se mueve sin su intervención. Al principio él se sentía como el ojo de la cámara, un mero observador deleitándose con voyeurista placer; pero ahora nota , alarmado, que se encuentra sentado en un lado de la habitación como un personaje más. Y ella viene a su encuentro, sin permiso, autónoma y altivamente. Los metros se reducen palmo a palmo. ¡Algo que la detenga!
Es demasiado para el pobre. Las manos que sudan, los pies repiqueteando sobre el suelo, la garganta seca. Tanto realismo en movimiento, que solo puede provocar estupor y nada más. Una vez más cierra los ojos en un esfuerzo supremo por borrar la fantasía que su mente construyó. Los abre y una exclamación se le atora en medio de la laringe. Inclinada levemente frente a él, Mara sonríe. Sus arabescos se acentúan hasta producir el éxtasis; las alas de su nariz se ensanchan una vez ,dos. A esa altura, Martín ya está precipitándose al centro de la Tierra. Entonces, ella , enarcando una ceja, desciende lentamente una mano hasta donde el campo visual de Martín no llega, pero él imagina. Comienza a sentir la entrepierna tibia, rígida y no hay vuelta atrás. Sospecha la delicada mano femenina aleteando sobre su virilidad y contiene un furor lujurioso que pugna por liberarse. No puede confirmar esta sospecha;está atrapado en el óvalo del rostro perfecto. La mirada de Mara desciende, hasta encontrar su objetivo y entonces, la voz traviesa resuena en la calavera de Martín:

"¿Te la caliento?"


Durante un segundo,que pareció durar siglos, el silencio lo aturdió, pero como si un parlamento escrito por el mismo demonio se le hubiera grabado en lo mas hondo de su alma, no pudo reprimir las palabras que de su boca saltaron claramente:


"Claro que me la calentás,mi amor"



Apenas las últimas silabas se diluyeron en el aire, la imagen detrás de Mara se blureó. La habitación empezó a sufrir una transformación vertiginosa, desarmandose en mosaicos diminutos, como pixeles de un juego de Sega Saturn. Las cortinas,la cama, el minibar, se desmoronaron como la ilusión que eran y reaparecieron las columnas y mesas de madera rústica. Todo el escenario mutó a su forma original. Todo lo falso volvió a su universo imaginario, salvo por un único elemento: Ella.

La Mara imaginaria seguía ahi,en el mismo lugar,frente a él, levemente inclinada. Solo que ahora tenía dos lunas llenas, aturdidas por la sorpresa; y la boca; la boca abierta por el asombro; la quijada había bajado hasta su límite como el puente levadizo de un viejo castillo. Y Martín comprendió,que así debía sentirse la muerte en vida.

Como una centella, su cuerpo se envaró, la mano bajó hasta el bolsillo, los billetes arrugados salieron disparados hasta la mesa y abandonó el lugar antes de que la moza pudiera siquiera parpadear o volver a juntar sus mandíbulas.


El editor llegó minutos después pero ya era tarde.


Martín no volvió nunca mas a la cafetería; es más, evitó rondar por la zona, al menos en cinco cuadras a la redonda. Nunca supo lo que sucedió en ese momento, esa mañana. No se quedó a escuchar como la rubiecita reía a carcajadas mientras Mara le contaba el incidente.

Martín nunca se enteró que,mientras él fantaseaba con las imágenes en su cabeza, sentado en la mesa del fondo, había dejado que el café se enfriara y Mara, muy atenta,se había percatado de este hecho. Por eso se acercó ese día hasta su mesa y bajando la mano hacia el platito con la taza, y haciendo un gesto con la mirada, le había preguntado amablemente si quería que se la calentara en el microondas.

Nunca supo que tan bien sabía esa "lágrima".








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