martes, 15 de marzo de 2016

Voces







La primera vez que la escuché fue una noche mientras preparaba una materia para la universidad. Fueron días muy agitados; apenas si tenía tiempo para comer algo y me pasaba la mayor parte del tiempo fuera de mi habitación del hospedaje para estudiantes. En los jardines, entre glorietas y fuentes, libro en mano,el regazo lleno de migajas del sandwich de jamón; en las escalinatas que estaban detrás del edificio principal o en alguno de los bancos que estaban diseminadas a lo largo del sendero que atravesaba un bosquecillo cercano.  Ese era un problema,pero me las había arreglado para manejarlo y hasta me sentía mucho mas a gusto que en la comodidad del cuarto. El motivo principal de esas escapadas para la lectura de los enormes libros de estudio, era la necesidad de intimidad, de un poco de verdadera soledad. Mi compañero de habitación era el impertinente hijo de una pareja de acaudalados empresarios agrícolas; esto le parecía suficiente mérito como para hacerme la vida imposible con sus comportamientos abusivos, desde la mas ridícula falta de respeto hasta la violencia más intolerable, en muchas ocasiones, las cuales he decidido sepultar en mi memoria. Repetidas veces llené formularios y calenté sillas en la oficina del rector para conseguir que me trasladaran a otra habitación,pero todo esfuerzo resultó infructuoso. Nuestra relación no cabía ni dentro de la amistad ni la vecindad siquiera, ya que  procuraba por todos los medios mantenerme lo mas alejado posible de su insoportable presencia. Ariel -que así se llamaba- tenía todo tipo de manías que no cuadraban para nada con mi rutina. Oía música a todo volumen, llevaba chicas en horarios inadecuados , comía y dejaba la basura apilada en los rincones; una verdadera pocilga imposible de ser compartida. Eso entre los detalles mas sutiles; las escenas de borracheras demenciales y estados alterados a causa de todo tipo de drogas solían acabar en un mar de vómito y sonidos guturales que convertían la pieza en una reducida sucursal del infierno; una prisión apestosa e inhabitable.  Solo la usaba de noche para dormir, y muy poco; la mayor parte del tiempo dormía a escondidas en el cuartucho detrás de la biblioteca, un espacio algo reducido destinado a guardar los archivos de la facultad; en el pasado era utilizado por el cuidador,pero desde que  ese cargo fuera eliminado,el lugar permaneció abandonado.
Primero fue un imperceptible soplido, como un silbido fallido a escasos centímetros de mi oído. Creí que se trataba del viento nocturno colándose por el ventiluz que se encontraba justo encima de mi cabeza, así que usando una pila de cajas como apoyo, alcancé a cerrarla para eliminar cualquier sonido molesto. Unos minutos después de aquello, mientras repasaba  los detalles y características del mediastino y recesos pleurales - algo somnoliento a estas alturas- volví a escucharla, esta vez ya más nítida e identificable, como una voz humana. Fueron dos o tres veces en que se repitió,y cada vez que la voz resonaba en el aire, en un punto incierto de la habitación, se hacía mas claro el mensaje: "Huye","Huye". Cerré el pesado volumen de anatomía y me tiré en un rincón ; supuse que la voz interior me estaba dejando un mensaje, algo así como "es suficiente por hoy". Atribuí ese suceso al cansancio y la carga psicológica de los que era víctima durante las épocas de exámenes.
La segunda ocasión se presentó mientras almorzaba en el comedor de la facultad; me encontraba enfrascado en una lucha con una albóndiga de carácter pétreo, cortesía del recorte presupuestario que le aplicaran a la mayor parte de los servicios extra académicos de la institución ese año, vaya a saber por qué motivos. La voz fue mucho mas contundente y reconocible, poseía un timbre especial,cálido, y casi pude jurar que se trataba de una voz femenina; descarté inmediatamente que se tratara de una voz interior por un asunto de género. Me giré entonces en mi asiento buscando algún rostro para darle  identidad a la voz,pero no encontré mas que un grupo de alumnos a mi espalda, charlando acerca del resultado del clásico de fútbol de la noche anterior. Nuevamente el mensaje no podía ser mas breve y conciso: "Huye".
Pasó el tiempo de los exámenes y respiré por fin,  aliviado de poder atender otros asuntos que tenía postergados, como mi libro de cuentos breves. Agregué una nueva historia a la que titulé "Las voces", inspirado por esos aislados casos que experimenté a causa del stress -o eso suponía. Durante una de esas tantas veladas en que avanzaba con los textos de mi libro, hizo aparición Ariel,mi compañero de cuarto, escoltado por una hermosa chica a la cual no reconocí como alumna del campus,pero tampoco significaba nada; no era como sí yo retuviera las facciones de cada miembro del alumnado al punto de distinguir a un forastero. Percibí las primeras señales de ebriedad en él, sin demasiado esfuerzo. Apenas entró, engarfió mi cuello con su extenso brazo y me gritó alguna frase cualquiera supuestamente hilarante; solo atiné a forzar una risa e inmediatamente guardé el archivo en mi laptop y cerré la ventana de Word, dispuesto a abandonar el cuarto, pero extrañamente los dedos de Ariel se engancharon como anzuelos en la manga de mi camisa al tiempo que me arrojaba una mirada de complicidad. Entendí sin que nada dijera, pero yo poseía un puritano espíritu, al que hoy defino como simple estupidez, que entonces me impedía ser partícipe de ciertas prácticas sexuales muy comunes en el ámbito universitario. De más está decir que Ariel se me rió en la cara -exhalando su apestoso vaho de alcohol-  como si le hubiese contado el mejor de los chistes, cuando le dije que salía afuera un rato a leer algo. Era sábado por la noche; pocas almas vagaban por los pasillos del hospedaje o los jardines, había que estar un poco loco o no tener nada interesante para hacer. Ariel, sin dudas, tenía planes mejores, de modo que tomé mi libro de Paul Auster y abandoné la habitación. Cuando sostuve el picaporte para cerrar la puerta, la chica de rojiza cabellera que no había hablado en absoluto desde que llegó , me miró a través de sus enormes ojos azules, y aunque no escuché que una sola palabra saliera de su boca, creí entender lo que dibujaron sus labios silenciosos: "Huye".
Bajé las escaleras desoladas golpeando la contratapa del libro con la mano libre, arrancando ecos de las paredes, disfrutando de esa soledad de cementerio, de mármol antiguo y voces de ultratumba.
No le concedí ninguna importancia a los fantasmas que se habían formado en mi cabeza; me limité a cruzar el parquecito que estaba detrás del edificio y desde donde podían verse las ventanas de las habitaciones. Tras acomodarme en un descanso de las escalinatas, abrí el libro quitando el señalador; me encontraba justo en la parte donde Quinn,el protagonista, se entrevista por primera vez con Peter Stillman, quien parecer hablar su lengua particular llena de palabras inexistentes y giros extraños; entonces , como si hubiera estado escrito en el libro, leí con voz calma, repitiendo dos o tres veces: "huye","huye",huye". Mi vista se apartó de las blanquecinas hojas y observé el rectángulo luminoso de mi cuarto en la tercer planta; una sombra se movió espasmódicamente tras las cortinas y en ese instante,el silencio de la noche se quebró junto al sonido de los cristales rotos. Aunque solo fueron segundos, lo vi como en una película de stop motion, cuadro por cuadro, el cuerpo, desarticulado,negro como la sombra que antes viera, pero aún así distinguible; y finalmente el impacto seco de la carne y los huesos sobre el pasto. Sabía que era Ariel o lo que de él quedaba y me sorprendí a mí mismo de mi impavidez. Simplemente cerré el libro, no sin antes colocar el señalador en la página correcta, y me encaminé hacia el cuarto, preso de una curiosidad sobrenatural. Necesitaba ver, saber, comprender lo que había sucedido. Descifrar el porqué de mi extraño sentimiento de satisfacción. Subí las escaleras como todos los días, sin prisa, contando los peldaños hasta llegar al tercer piso. Entré empujando la puerta con el lomo de "Ciudad de cristal" e inmediatamente me invadió un olor agridulce, casi como a vino tinto, o quizás sangre. Ella permanecía sentada al borde la cama,dándome la espalda. Tenía mil preguntas que hacerle, pero no sabía por donde comenzar. En ningún momento volteó la cabeza, sin embargo supo de mi presencia. Las manchas de hemoglobina salpicadas sobre la cama y la mesa de luz no me espantaron, estaba acostumbrado a ver cosas peores; pero tampoco me conmovió el significado de aquel escenario macabro; un vil asesinato se había cometido frente a mis narices y yo estaba como si nada. Sentí una clase de orgullo,de vanidad ante mi reacción inconmovible; estuve a punto incluso de hacer una broma acerca de la víctima; solo me atajó aquel dejo de moralidad que aún resistía dentro de mí. No estaba asustado de ningún modo, aún ante la posibilidad de acabar como Ariel; solamente cuando su voz me llegó desde la caverna de su garganta fantasmal, me estremecí: "te dije que huyeras". Entonces, algo como un viento polar entró violentamente por el hueco astillado de la ventana congelando el aire, a la vez que las facciones de la extraña de rojos cabellos sufrían una espantosa transformación; su piel se agrietó como un témpano y acudió una negrura sepulcral a sus ojos muertos; en apenas unos segundos su cuerpo se deshizo en destellos cristalinos ante mis ojos desorbitados; mientras, aún en el aire, seguía repitiéndose como un coro infernal esa única palabra: "Huye","huye".
La policía me encontró sentado junto a la cama con aquel bisturí en la mano y el libro de medicina a un lado; las páginas donde se indicaban las maniobras para realizar incisiones en un paciente, estaban marcadas con fibra roja; según los forenses, coincidían con los cortes que le habían realizado a mi compañero de cuarto. Encontraron también en mi computadora el cuento de "Las voces", donde el personaje principal asesina a su vecino obligado por unas voces del más allá. No tome eso como evidencia, fue una extraña casualidad que coincidió con el crimen.   Ni siquiera estaba consciente cuando me arrastraron hasta el patrullero. Solo cuando usted entró por esa puerta fue cuando los recuerdos me han caído como piezas de un tetris. Ahora,mientras toma nota de todo lo que de mi boca sale, como testimonio, sé que por dentro está riendo. Sus ojos hablan por sí solos, no hace falta que sonría o lance una carcajada sonora. Eso igual no me importa demasiado, pues yo fui advertido y rechacé esa ayuda. Quise acercarme, ver con mis propios ojos, incluso darle las gracias por haberme librado de aquella persona a la que tanto destetaba. Por eso me ve aquí,tan tranquilo. Las cosas terminaron como tenían que terminar y nada voy a hacer por torcer mi destino, y solo digo esto para que sepa que así sucedieron los hechos; no en mi defensa. Esa voz era también mi voz, la que no hablaba jamás. Ahora, mientras usted cierra su cuaderno para mirarme fijamente,y antes de que me haga alguna pregunta, le digo que estoy realmente feliz. ¡Ella ha regresado! ¡Está justo detrás de usted, viéndome con sus ojos enormes donde me reflejo como un cadáver seco! Y me habla de nuevo ¡me está hablando! 

"Te dije que huyeras" 

"Te lo dije"


viernes, 11 de marzo de 2016

La musa







Cuando la conocí no creí que sería una persona imprescindible en mi vida, sin embargo la fortuna se encargó de convertir esos pensamiento primigenios - que se daban aires de certeza inmutable- en una simple pila de escombros, sobre la cual se levantó una verdad para la cual no estaba preparado; quizás nadie estuviera preparado para estos eventos tan inverosímiles como espantosos .  Pero para que el lector casual de esta carta no se vea envuelto en las sombras de unos conceptos vagos, es mi deber comenzar por el principio o cuando menos despejar ciertas dudas en el siguiente prolegómeno acerca de mi persona. Nací bajo el nombre de Henri Bertrand Leauvor  en algún lugar cerca del río Somme, una mañana otoño; la infancia poco puede revelar, anodina, sin grandes aventuras, encerrado  entre libros y documentos antiguos, cartas de navegación y mapas de lugares insospechados del mundo que se expandía a cada hora. La adolescencia sobrevino sin interrupciones o transiciones notables; fue como una extensión menos inocente de aquellas horas tempranas en la casa paterna, sazonada quizás con algunas señales tímidas de lo que sería mi carácter mas adelante. Y entonces llegaron mis 19 años, con ellos llegó también una libertad tal que me sentí preso de una epifanía tan genuina como vulgar, y me adentré en el campo de los placeres antes velados. Puedo afirmar que es en este punto donde arranca el pedregoso camino que me arrojara a este lecho sucio donde hoy me encuentro. Pero no me detendré en consideraciones que no aportan interés; déjenme pintar el lienzo de mi días de libertinaje .  Mis días tenían la musicalidad de una liturgia impostergable y redundante; estaba acostumbrado a las mieles de la noche y portaba la libertad como principal estandarte. No era extraño que desapareciese durante días o semanas de mi lujosa casa de campo, y apareciera tirado en la cama de alguna posada -con suerte- o en el peor de los casos,en el umbral de una casa en los barrios mas bajos . El despilfarro era una costumbre que apreciaban mucho mis ocasionales compañeros de aventuras: bohemios sin nombre, buscando la musa que los llevara a la fama; mujeres de vida incierta, anhelando salvar su honor a costa de mi buen nombre; prostitutas que no ocultaban su codicia; vividores y ladrones. Pero no me importaba ser despojado de unas cuantas monedas de cobre, y esto solo sucedía cuando ya me encontrada demasiado hundido en los vapores del alcohol, momento que solía coincidir con la escasez de dinero en mis bolsillos; porque,he de decir, no era tonto, gastaba hasta el último céntimo en comida y sexo antes de caer borracho. Podía jactarme de haber logrado una posición económica holgada gracias al éxito de mis obras. Las críticas sobre teatro y ensayos, además de algunos títulos de ficción, me habían logrado un cierto renombre dentro del círculo literario de Mont Ferrant, a pesar de su bien conocido y avinagrado hermetismo.
Quien me abriera las puertas de ese selecto grupo fue mi posterior mentor, Jean Francois Papillón (no era su nombre real, solamente un seudónimo que escogió para sepultar su pasado), un hombre curtido por los años y la penuria; había llegado desde Polonia tras haber participado en la guerra,en ese entonces siendo todavía un jovencito de 15 años, empezó a cultivar su amor por la lectura, leyendo pequeñas copias manuscritas de obras clásicas, sentado en su trinchera o tumbado en el piso de algún edificio derruído.  Allí conoció y se enamoró de Voltaire, de Flaubert, de Balzac,de Austen, de Baudelaire, de George Sand. Los amó y se sintió amado por ellos; eran su única compañía; mientras las balas mordían los ladrillos junto a su cabeza,solo podían rescatarlo de la desesperación los versos de sus queridos amigos. Sin temor a la exageración, Jean solía repetirme que unas simples páginas de papel habían sido su sólido escudo, su impenetrable yelmo y su más afilada espada en medio de tanta muerte. Había sobrevivido a la demencia y a la pólvora,cargando un puñado de rústicos manuscritos y transformó aquello en una epifanía del espíritu, que lo guió desde entonces. Yo no compartía su visión tan mística del arte literario;para mí significaba simplemente un oficio heredado. Mi padre fue escritor de obras de teatro y mi madre, poetiza; cuando noté que no iba a encajar en la universidad a la que me habían enviado -carta de recomendación en mano- probé con otras cosas y descubrí que era bueno para escribir,aún sin esforzarme demasiado. Entonces fue cuando empecé a enviar borradores a varios editores de la ciudad probando suerte; no negaré que mi apellido ayudó bastante, pero de no haber tenido algo de talento,no me hubiera sido posible conseguir todo lo que vino después. Mi primer trabajo tuvo un reconocimiento moderado, era una crítica sobre algunas piezas teatrales que estaban en auge  en aquellos días, la mayoría influenciadas por la novela picaresca contemporánea, que luchaba contra los clásicos por prevalecer. Presenté algunas ideas sobre la evolución de las formas expresivas, que fueron aplaudidas por los jóvenes vanguardistas pero resistidas por los viejos maestros. Después vino "Margot", mi homenaje a Madame Bovary, y con ella vino también la admiración del público femenino. Eran días en que podía tener una amante en cada esquina y no es solamente una expresión de vanidad. Para cuando se publicó mi colección de cuentos "Mares de sombras", mi nombre era repetido de boca en boca en cada lugar de reunión de la ciudad, incluso en París se hablaba de la "graciosa pluma " de una joven promesa nacida en cuna de oro.
Fue durante uno de tantos viajes, visitando ciudades y asistiendo a fiestas cuando la conocí, a "ella". Ella portaba un nombre, que me asusta hoy evocar, pero reúno las pocas fuerzas que me sobran para superar ese sentimiento demoníaco que me sorbe desde lo mas profundo de mi ser, e intentar así, darle forma a su imagen borrosa dentro de mi cabeza y nombrarla, nombrarla no para mí mismo,sino para el que lea esta carta . Cerafine. ¡Oh dioses paganos! ¡ Cerafine! ¡La musa y la carne trémula que me enloqueciera con tan solo un roce casual! ¡Esa Cerafine de ojos negros como dos lunas de plomo bruñido! No quiero nombrarla pero su nombre ahora se aferra a mis labios, a mis dedos, a mi pecho dolorido y se encaja justo como una garrapata hambrienta sobre mi corazón que muere en cada latido. Cerafine.Cerafine. Templo de dioses y arpías. La razón de mi existir y mi desfallecer.
Puedo recordar con poco esfuerzo,mirando el lienzo de mis días pasados, esa noche de claro cielo estrellado. El duque de Berry me había enviado una carta invitandome a una de esas pomposas fiestas de la nobleza en su domicilio, y aunque en un principio sentí el impulso de presentar alguna excusa para evadir el compromiso, dado que tenía otros asuntos urgentes que atender inmediatamente, confirmé mi asistencia en una misiva llena de halagos emperifollados hacia su persona.

La fiesta resultaba algo aburrida para mi gusto. Los típicos saludos y presentaciones de cortesía, las damas maduras con sus abanicos emplumados y sus melindres ensayados; los lechuguinos sobrevolando con sus ojos de rapiña a las doncellas dispuestas; los hombres de negocios,copa en mano, articulando las prosas memorizadas esa semana con tono soberbio; los artistas ofreciendo sus servicios,inclinándose a cada minuto en interminable reverencia. Para cuando la noche había apostado sendas nubes grises a los flancos de la luna, decidí marcharme, mas algo me había deparado la fortuna. Casi tropezamos mientras abandonábamos el salón, vinieron las disculpas pertinentes y las presentaciones, un intercambio de palabras fútiles y para cuando completamos la escalera, dejando atrás el último peldaño, sabíamos que amarnos era el paso siguiente. Así; simple, certero y fatal como una estocada al corazón descubierto.
No sé como pero de pronto Cerafine se había convertido en mi confidente, mi ayudante, mi asistente, mi amante,mi consejera, mi sirvienta, mi propietaria. Era la pieza que encastraba justa en la oquedad vacía que tenía mi vida . De ese modo fue como seguimos en ese tren de placeres, paisajes nuevos y horas dedicadas al arte. Solía sentarse a mi lado cuando escribía, yo abandonaba mi pluma y besaba sus piernas esbeltas,cruzadas sobre la mesa; y en muchas ocasiones terminaba sobre ella, recostados en la alfombra,olvidándome de mis historias y del mundo todo.
No puedo hacer una cruz sobre el almanaque y señalar cuándo, pero sé que en algún punto comenzó. Cuando me sentaba frente a mis hojas en blanco, tomaba la pluma y me quedaba ahí, esperando. Demoraba varios minutos e intentos poder poner mis pensamientos en palabras; le dije que necesitaba algún medicamento o ver a un galeno, pero Cerafine insistió en que era la presión del momento y la mejor solución era cambiar de aires. Nos mudamos a Croisset ,a una hermosa casona de amplios jardines. Los primeros meses nos dedicamos a hacer el amor, caminar a orillas del Sena por las tardes y cultivar nuestras propias hortalizas, pero a la llegada de los primeros vientos del otoño, y viendo los modestos fondos que nos quedaban, puse manos a la obra y me enfrasqué en la continuación de mi libro, "Las damas de violeta",del cual llevaba apenas unas diez páginas. Esperé a que Cerafine se durmiera, era una noche fresca y serena, abrí las ventanas de par en par, de mi estudio, y encendí varias velas; cargué la pipa y arrojando unas volutas como anillos a través del hueco que daba al patio, empecé con la tarea. ¡Dios me libre de estar mas espantado que en este instante con tan solo recordarlo! ¡Mis manos no se movían, estaban congeladas con la dureza de la piedra! ¡No!¡No! Me repetía como un poseso. ¡No estaban bajo el influjo de un hechizo, ni la mirada de la Medusa! ¡Era mi mente, mi mente vacía que no podía ordenarles! ¡Las ideas no estaban! ¡Como si un ladrón hubiese entrado a hurtadillas dentro de mi cerebro y se las hubiese robado! ¡Yo lo sentí, era el horror del olvido, de la impotencia mas oscura! .
Tomé una hoja sucia y escribí mi nombre. Sí, aún podía hacerlo. Pero cuando trataba de retomar mi novela, veía un yermo frente a mí. Un vacío polar de dunas blancas, y nada. Nada. ¡Nada,por Dios! ¡Me han robado! Exclamé. No podía crear, no podía poner en la hoja una mísera línea. Podía hablar,sí, y nombrar las cosas, pero aquella fuerza que me nacía cuando rasgaba el papel se había esfumado.
Corrí. Corrí hacia nuestra habitación. Cruel fortuna ,maldita y bastarda.
¡Las sábanas revueltas, la cama vacía, una vela agitándose a estertores en una esquina.! ¡Se había marchado!¡Mi musa,mi mundo, mi diosa! ¡¿Qué sería de mí?! ¡¿Qué demonio oculto se la había llevado?!¡¿Qué fantasmas malditos la habían arrebatado de mi lado?!
¡Dios! ¡Dios! solo podía sollozar y arrastrarme como un cadáver emergiendo de su sepulcro. Solamente aplastar mi cuerpo despojado de todo sobre el piso de madera y morir. Sin embargo, mi cobarde naturaleza me puso de pie; fue primero el hambre y la sed, luego la soledad y la ausencia de labios que besar y luego el sol; anhelaba ver el sol,y el río frío. Sobreviví. Solo Dios o el diablo saben cómo.
Podrían pensar,como lo hice yo, en que algún padecimiento mental me estaba derrumbando; quitándome la facultades para escribir. Hubiera sido lo mas natural, imaginar que la senil brutalidad de la desmemoria habíame llegado por anticipado.Incluso yo mismo elaboré esas y otras hipótesis para convencerme de esta realidad tan ruin. No pude volver a escribir nada desde entonces. Lo intenté, por los dioses que lo hice. Y cada vez era el mismo sentimiento de vacío y oscuridad. Sentía este agujero inmenso dentro de mí, como un pozo profundo al que arrojaba piedras sin oír nunca sonido alguno. Si escribo esto, ahora, es porque estoy contando los hechos como ocurrieron; puedo repetir todo lo visto y vivido,pero nada mas que eso. Mis historias de fantasía y romance,mis paisajes bucólicos ya no regresarán. No tenía ,hasta hoy, la intención de hacer público todo esto, por temor a ser juzgado por aquellos que me estimaron o admiraron alguna vez. Temor de ser tomado por un farsante, y caer en desgracia. Me he estado ocultando lo mas que he podido, viviendo de obras que ya había escrito en el pasado, llevándolas a sitios donde aún no las conocían y otorgándoles aire de novedad. Mi mentor me ha ayudado mucho, pero no lo volví a ver desde hace unas semanas. Ha regresado a Polonia, a escribir su última obra. Yo creo que ha ido a morir, pues presiente que ha llegado el momento, así como yo he presentido que la locura alguna vez tocaría a mi puerta. Repito: no iba a contar esta historia,que deben tomarla como la absoluta verdad,pues he perdido incluso la capacidad de fabricar mentiras. No iba a hacerlo, lo juro, hasta esta noche. Hace unas horas volví de la taberna que está a unas calles del río y al entrar a mi pequeño cuarto, he visto sobre la mesa este bulto rectangular envuelto en papel marrón. La curiosidad se apoderó de mi de una manera insana, al punto que rompí con los dientes el papel hasta revelar su contenido; ahí estaba,un precioso libro de verde cubierta, con letras y lineas en dorado, pero eso no fue lo que me dejó estupefacto; al fijar la vista en el título, un grito de rabia y odio saltó de mi boca: "Las damas de violeta.". Abrí con furia el ejemplar buscando el autor ¡que el infierno mismo me trague! ¡Su nombre! ¡El nombre que repito con espanto ahora! ¡Cerafine! ¡Me había robado mi historia! Me mordí los labios hasta sangrar y sentir los ojos pesados,calientes de rencor. Pero juro sobre la tumba de mis padres,que nada de eso se compara con aquello que experimenté cuando hojeé las páginas del libro. Porque solo cuando comencé a leerlo y tras acabarlo pude entender lo que es precipitarse en la demencia mas honda.El pecho se me hinchó de la excitación y un remolino de espinas me desgarró cada fibra.  Nada humano puede explicarlo,pero estaba claro como el agua. ¡Esas palabras eran mías, esa prosa ,las metáforas, los errores incluso que deslizaba, la manera de hilar los versos, la forma de describir los paisajes!...¡y hasta el final que había pensado para el libro -y que jamás había contado a nadie- estaban ahí,frente a mis ojos!¡ y pude recordar todo solamente después de haberlo leído!¡ Era yo mismo ,leyéndome a mí mismo, como una pesadilla insoportable!  Ese libro era el que yo hubiese escrito,pero no pude hacerlo. Que el cielo me proteja si estoy desvariando, pero ella...¡ella me había robado el alma!"




lunes, 7 de marzo de 2016

Rouge



Narrar la historia previa no tendría sentido. Provocaría esa misma sensación que tengo cuando veo una mala película en el cable, llena de lugares comunes,clichés y énfasis innecesarios. Por lo pronto resumiré a grosso modo: hombre casado, ocho años de matrimonio rutinario,sin hijos, sin demasiadas expectativas laborales, desgaste de la pareja, notable disminución de la intimidad de la cama con su mujer, reproches,reclamos y un extenso etcétera. Resultado: busca una amante.
Hasta ahí,la historia repetida de millones de hombres a lo largo y ancho del planeta. Realidad o mera excusa para sus lances extra maritales; no lo sé ni me importa. El caso es que así fue como le sucedieron las cosas.
Encontrar una amante, al contrario de lo que todo el mundo piensa, no es cosa sencilla. Al menos no para alguien como Victor. No se consideraba muy apuesto, no tenía una buena posición económica como para despilfarrar su dinero en regalos y detalles, y tampoco era muy avezado para la conquista.
Pero nunca se puede estar seguro de nada; menos aún cuando las estrellas parecen alinearse para que se den las cosas.
Edith tenía un encanto natural. No sé si atribuírselo a su desenfadada manera de ser o a esos gestos peculiares que ensayaba cada vez que hablaba; aunque no de una belleza despampanante,podría aventurarme a jurar que era capaz de seducir a cualquier tipo de hombre, y por alguna extraña razón que jamás llegaré a comprender -ni Victor- ella se convirtió en su amante. Los detalles del cómo y cuándo los dejaré flotando en el vacío de la inexactitud, porque no son elementos que enriquezcan este relato; muy por el contrario, lo manchan y entorpecen. Pero por una cuestión de llenar espacio voy a contar que la relación se tornó extraordinariamente fogosa y excitante. Sus encuentros solían producirse por las tardes en un viejo motel en las afueras del casco urbano, donde sabían que tenían pleno anonimato,a salvo de cualquier rostro familiar que pudiera poner en peligro su aventura. Victor descubrió que existían muchas maneras de amar, o en todo caso,de tener sexo. No había experimentando nunca antes tales placeres, ni los había visto en sus noches de videos pornográficos cuando era un muchachito,en su bunker del patio trasero de casa. La coartada de las horas extras en el trabajo se volvieron habituales y a su esposa,la resignada Isabel poco parecía importarle. En los años de convivencia que llevaban compartiendo, había adquirido una actitud acerina ante los asuntos laborales de  Victor; había levantado un muro inexpugnable para resguardar la paz familiar de los conflictos externos. Cada vez que él intentaba exponer los motivos de sus tardanzas,ella se limitaba a asentir con cualquier palabra o seña y daba por clausurado el tema.
A Victor se le presentaba tan esperanzador el panorama, que dudaba que su suerte fuera a durar mucho mas; empezaba a tener ese miedo griego a los caprichos del hado. Sin embargo todo apuntaba a que la situación iba a seguir viento en popa por mucho tiempo más; esa creencia optimista, que los hilos invisibles de la fatalidad pueden encargarse de torcer en un santiamén.
Lean con atención, y si dudan en algún momento de mis palabras, no lo atribuyan a mi creciente locura,porque todo esto ha salido del testimonio de los propios protagonistas de esta historia.
El punto de inflexión fue aquel sábado,en que Isabel requirió su presencia para el aniversario de bodas de sus padres. La verdad, se le había pasado por alto, por primera vez. Error fatal. Ciego como estaba por los voluptuosos encuentros con Edith, no reparó en la fecha del calendario; si nos sinceramos, ni siquiera era capaz de indicar con exactitud, en  qué día de qué mes se encontraba. Tal era su estado de desorientación, y a tal grado de abandono había llegado su relación familiar. Ese día le había prometido a su amante una nueva cita en aquel motel; en el camino le sorprendió escuchar el timbre del celular con la melodía que había elegido para las llamadas de su esposa. Ella le recordó la cena en casa de sus padres e hizo especial hincapié en la puntualidad. Ese fue un golpe bajo, no se lo esperaba. No suspendió su cita como habría hecho cualquier otro con un poco de sentido común. Tras mitigar los ardores amorosos con el desenfreno usual, recuperó algo de su lucidez. Se culpó por haberse dejado llevar pero ya era tarde; solo le quedaba armar una cortada creíble sin fisuras que pudiesen derrumbarla con facilidad.
La cena ya había acabado y estaban sirviendo las copas para la sobremesa. Victor entró simulando entereza,repitiéndose interiormente el guión que se había fabricado para la ocasión, con una sonrisa estúpida que no convencía a nadie. Pero no fue la sonrisa idiota,ni la exagerada abundancia de detalles en su falsa historia lo que le delató. A Edith solo le bastó una señal inequívoca;tan solo una para cerrar el círculo y atar todos los cabos que desde hacía tiempo la tenían inquieta sin razón aparente. Ese fue el otro error fatal: la inconfundible marca carmesí de unos labios, estampados como un sello sobre el cuello de su camisa celeste.
La escena no fue como esos clásicos melodramas de cine;ella tuvo la suficiente presencia de ánimo como para evitar el escándalo,incluso cuando Ilsia,su hermana, se percató de la marca de rouge, ella le hizo señas para que no dijera nada,tapándose la boca con el dedo índice. Consiguió una camiseta que era de su hermano y ordenó a Victor que se quitara la evidencia del delito lo mas rápido posible.
La noche cerró con aparente normalidad, pero la tormenta se desató al llegar a casa. La suma de tensiones acumuladas y faltas que no se habían echado en cara a su debido momento.
Pero nada de eso afectó tanto a Victor como la amenaza de divorcio. Ese fue un disparo a quemarropa en medio de la agitada discusión; una consecuencia que jamás había sopesado antes. Y aunque cueste aceptar lo irrevocable de su decisión, finalmente eligió a Isabel por sobre todo.
Está mas que claro que Edith no lo entendió en un principio; le resultó incluso irrisorio. Victor se había presentado en su lugar de trabajo,una vieja santería del coqueto barrio de Las Margaritas y le había planteado su resolución con sobrados argumentos. "Nadie nunca me ha dejado antes por su propia voluntad ¿Estás seguro?", fueron las primeras y últimas palabras que le dirigió ella; él no respondió,limitándose a asentir con una melancólica sonrisa. Ni siquiera le dirigió la mirada y huyó lo mas rápido que pudo por temor a caer de nuevo en su embrujo.
A partir de aquí,es cuando dejo a su consideración toda veracidad o fidelidad relacionada con los hechos que contaré, porque ni el propio Victor ni yo, creímos posible algo semejante. Esa misma noche,al regresar a casa,mientras tomaba un baño, se produjo una nueva explosión. Cuando su mujer se disponía a recoger la ropa del canasto de ropas sucias vio espantada la misma marca carmesí. Era el mismo tono de rouge,la misma forma que correspondía a unos labios carnosos, el mismo tamaño. Es sorprendente lo que una mujer es capaz de retener en su memoria cuando se trata de su hombre. Lo abordó en la bañera y le arrojó la camisa a la cara mientras le exigía mil y una explicaciones. Victor juró y perjuró que no había vuelto a ver a su amante, con lágrimas en los ojos,llorando como un niño. Por algún motivo, las cosas se calmaron, no sin que Isabel volviera a darle un ultimatum: un desliz mas y el divorcio sería la solución definitiva.
Esas semanas me volví todavía mas cercano al pobre Victor. Solía utilizarme como una prueba de que mantenía firme su palabra. Había tomado por costumbre llamar a su esposa antes de salir del trabajo y ponerme en linea para tranquilizarla. Yo aceptaba resignado el papel de fiscal, en parte por curiosidad y en parte por misericordia, viendo lo frágil de su estado de ánimo.
La noche del lunes siguiente solo puedo definirla  como "infernal". Victor me llamó desesperado,al borde de la locura misma. Solo después supe las intimidades de lo que aconteció. Ese día salimos en el horario de siempre de trabajar; yo me dirigí a casa mientras él quedó a hacer unas compras de camino a su domicilio. Fue en el pasillo del autoservicio,frente a la exhibidora donde se alarmó por primera vez; vio su reflejo en la puerta de cristal y se percató de aquella cosa, una marca,justo debajo del cuello de su pulcra camisa a rayas. Yo no la había visto antes,pero él juró que esa marca de labial estaba ahí,a plena vista. Totalmente confuso salió sin llevarse nada y compró otra camisa similar,en una tienda de la galería. Arrancó el coche y a toda velocidad se marchó sin hacerse mayores preguntas. Trató de creer que se trataba de un error,tal vez se había puesto una camisa vieja y no se percató de la marca o tal vez era una broma de Isabel. Sabía que ninguna de sus hipótesis era posible,pero no tenía otra forma de aliviar su mente perturbada.
Cuando llegó,la cena ya estaba preparada e Isabel se encontraba en el baño aseándose. Victor quiso despojarse de toda posible evidencia y entró también al baño. Se quitó toda la ropa,la arrojó dentro de la máquina de lavar y caminó hacia la ducha,pero al pasar junto al enorme espejo oval que estaba sobre la bacha, el espanto ocupó cada hueco de su ser. No era posible,pero no cabían dudas, allí estaba frente a sus incrédulos ojos. Con sus sinuosas lineas bien definidas, como si se tratara de un tatuaje nuevo, la boca carmesí brillaba sobre su cuello, impúdica y ridícula. Un grito de horror brotó de su garganta y arrastró consigo el botiquín de un violento manotazo. Isabel oyó el sonido de cristales rompiéndose y salió presa del pánico, pero Victor ya no estaba allí. Tomó sus ropas y se vistió para salir; si hubiera notado que de entre todo el contenido desparramado del botiquín, solo faltaba la botella de alcohol,quizás no habría perdido tiempo en esconder su desnudez. Para cuando llegó al cuarto era muy tarde; Victor reía y bramaba como un poseso,mientras le decía "¿Ves? ¡¿Ves?! ¡No tengo ninguna marca!¡Ninguna!¡Como te prometí!, señalándose la zona del cuello,donde antes estuviera la marca delatora,y donde ahora solo se veían llamas azules chamuscando la carne.
No puedo juzgarlo o amonestar sus actos. Para cualquier hombre es casi una maldición cruzarse en el camino de Edith. Algo en ella te atrapa y te arrastra hasta lo profundo de un abismo placentero y regresar no es una opción. Lo sé,porque ahora mismo yo gozo de su voluptuosidad. Cada noche ocupo la cama del mismo motel donde retozaba con Victor. No soy capaz de dar crédito a lo que me han contado,pero tampoco tengo la fuerza para afirmar que son fabulaciones de una mente desequilibrada. A mi me importa bien poco las consecuencias, a diferencia de él, pues mi matrimonio ya está perdido; no tengo nada que ocultar o proteger. No sería tan idiota como para autodestruirme solo por esconder una mancha de rouge. Ni siquiera reviso mi ropa en el espejo antes de volver a casa,buscando un detalle que me inculpe. No miro mis camisas cuando me las quito para lavarlas, no me interesa. Tan solo puedo decir, a favor del relato de Victor, que por las noches, cuando duermo en mi cama junto a mi mujer, puedo sentir aquella cosa desplazándose por mi cuerpo, como si una babosa fría y viscosa me recorriera; y cuando quiero quitármela de encima por instinto, apenas siento algo pastoso,inconfundible; aunque esté totalmente en penumbras,distingo la forma sinuosa, de una boca que nunca me dejará ir."


miércoles, 2 de marzo de 2016

Utiles viejos





"Tenía su vieja colección de útiles escolares en varias cajas,apiladas en el altillo. Cada tanto solía bajarla y sacarla de su encierro. Se sentaba en el suelo y repartía los objetos cuidadosamente desordenados sobre la alfombra. Las bolsitas de brillantina, las plastilinas de colores, la boligoma con el hombre rana en su interior, el manual Santillana, el papel glasé, su gorro de granadero para los actos escolares, la tijera de conejo, el forro de papel araña, su cartuchera del cometa Halley. Una noche,en medio de todas sus reliquias apareció algo fuera de lugar: un CD; una pieza anacrónica dentro de su preciada colección. Se preguntó cómo diablos fue a parar allí dentro, pero mas curiosidad le despertó saber qué contenía. Llevó el disco hasta su PC y lo metió en la bandeja. Una interfase pixelada, que le recordaba a los juegos de 8 bits, apareció en la pantalla con una melodía midi de fondo. De golpe,empezaron a desfilar imágenes, como fotografías sucesivas. Se veía sí mismo, a los cinco años, a los seis y siete; eran escenas perdidas en su memoria. Escenas que no aparecían en aquellas fotos pegadas en el álbum familiar, tomadas con la Polaroid de su tío. Eran fragmentos de otros momentos que no merecían ser retratados. El día en que vomitó en medio de la hora de Lengua; la tarde del plantón y la firma en el libro negro por una falsa acusación -cuando lloró desconsoladamente-; el momento en que olvidó su parlamento en el acto del Día de la Raza; la cachetada de Lucía, cuando trató de besarla en el salón de música junto al piano de cola; la mañana en que se orinó en los pantalones encima del colectivo durante el viaje al Jardín botánico por haber tomado demasiado Exquicitrus de naranja. Los pedazos de recuerdos borrados fueron pasando,uno tras otro, como ruinosos vagones de un tren ya fuera de servicio. La última imagen se quedó congelada en el monitor; en ella se veía el rostro risueño de Marisol, con sus mejillas pecosas y sus frenillos cuando sonreía. Hace muchos años se había olvidado de ella, e incluso la había reconocido unos meses atrás, en la cola del supermercado,del brazo con quien -sospechó- era su esposo. En ese momento no sintió nada,mas que una inocente nostalgia,inocua y pasajera; pero viéndola ahora, con sus once años, sus bucles dorados recogidos por un moño azul y sus piernecitas delgadas bajo el guardapolvos tableado, el dolor del rechazo volvió a su pecho como ese nefasto día en el patio trasero de la escuela. Tenía el perfume de ella pegado a sus manos de niño, pues había logrado abrazarla, pero eso fue todo su progreso; Marisol se había sacudido como un pez sacado del agua, librándose de su repentino abrazo. Pero no le pegó, no como lo hizo Lucía tiempo antes. No. Se limitó a mirarlo con lástima. Esa lástima que hiere mas que cualquier sopapo o patada a la entrepierna, mucho más. Le había mirado con desprecio y pena, y ni siquiera se había molestado en decirle el motivo. Eso lo descubrió él mismo, volviendo a casa una tardecita, cuando la vio chapando con Ariel,el abanderado de la escuela. Ahora lo podía recordar con nitidez.Era algo que su cerebro enterró para siempre, o esa creía él. Cuando presenció ese cuadro terrible, solo atinó a dejar caer su mochila y correr. Su padre lo castigó a cintarazos por haber perdido todos sus útiles escolares a causa de una tontería. 
Tenía su vieja colección de útiles escolares guardadas en varias cajas apiladas, pero ya no. Yo que soy su amigo, imaginé que había quemado todo cuando me lo contó. Pero me confesó que había vendido las cosas por Mercado Libre. Sus tijeras de conejo, me reveló mas tarde, las había comprado Marisol. El se las había llevado en persona tras intercambiar teléfonos y descubrir que vivían muy cerca. Hoy ya no repite su ritual de contemplar aquellas reliquias del pasado, pero se acuesta con la niña de las pecas y los frenillos, que se ha convertido en una ama de casa con dos hijos y un marido aburrido. Yo no me meto en estos asuntos, pero siento algo de pena por el pobre Ariel. 
A veces creo que es mejor deshacerse de las cosas que arrastramos desde la primaria."