sábado, 1 de octubre de 2016

El diario de Macedonio: El viejo Roque


Don Roque era un viejo sabio. Vivía en el segundo piso de una pensión destartalada a la vuelta de casa. Yo era muy chico por aquella época para entender la magnificencia de su mente privilegiada, pero sospechaba -desde mi ignorante inocencia- en ese hombre arrugado, de ojos celestes descoloridos, que avanzaba lentamente por la vereda del barrio encorvado, apoyando su peso en un bastón de madera y que hablaba entre dientes expulsando el humo de su pipa tallada; digo, sospechaba cierta grandeza de espíritu en ese cuerpo enjuto.
Cuando me sentaba a jugar con los soldaditos en la entrada de casa y veía pasar a Don Roque, abandonaba la tarea de acomodar los pequeños y verdes miembros de infantería sobre el piso -simulando el desembarco de Normandía- , para seguirlo con la mirada; me imaginaba estando frente al anciano maestro de David Carradine en la serie Kung Fu. Así de grosa era la impresión que me causaba ese hombre, y no era para menos. Supe, muchos años después, que se trataba de un gran erudito en muchas áreas; un estudioso de la vida y de las mas variadas ciencias conocidas por el hombre; por no decir que era un lector avezado, capaz de terminarse un volumen de quinientas páginas entre el almuerzo y la hora de la cena  como si nada. Tenía chapa de filósofo y pude atestiguarlo en muchas ocasiones. cuando remontaba alguna de sus partidas de ajedrez con Apolonio, el sastre de la esquina. Era todo un deleite oírlo hablar sobre la vacuidad de la existencia o la perentoriedad de los deseos, aunque yo -claro- no entendía un carajo de sus prolongadas e intrincadas reflexiones nietzcheanas. Pero lograba conmoverme, eso sí; más que los dibujos animados de la tarde o los colosos de Titanes en el ring. Tal vez yo traía algo desde la cuna, la intuición de un busca-talentos, como mi madre.
Cierto día, Don Roque notó con angustia que los pobres ingresos, que le significaba su pensión de ex empleado del ferrocarril, comenzaban a resultar escasos. No tenía familia a la que recurrir, o mejor dicho: la tenía ,pero estaba irrevocablemente distanciado de ellos. Su hijo Arnaldo jamás le perdonó el haberlo abandonado de chico ,dejándolo con su tía Rosa, mientras que su hermana Rosa no le perdonaba el haberle encajado un bebé de ocho meses mientras ella cursaba sus estudios universitarios; y todo para irse de viaje a España con el fin de  reencontrarse consigo mismo ( o con la hermosa Berta, la única mujer que amó en su vida).

La solución que encontró para paliar su frágil situación financiera fue -cuando menos- genial, fabulosa; digna de una mente aventajada: vendería sabiduría. Y así lo hizo. Desconozco los misteriosos mecanismos utilizados por Roque, pero dieron resultados asombrosos. No tardó en invadir el zaguán de la destartalada pensión, una procesión de pibes del barrio y aledaños. El se limitaba a venderles fragmentos de su vasto conocimiento. No les enseñaba ni oficiaba de mentor, nada de eso; esas prácticas tan ortodoxas no eran propias de su virtuosismo. Les daba saberes puntuales directamente sin intermediar esfuerzo cognitivo alguno por parte del cliente. Roque les ahorraba la tediosa tarea de leerse a Kafka o de estudiar las investigaciones de Lavoisier; acortaba el camino que va desde la más absoluta ignorancia hasta la posesión preciada de un conocimiento empírico o bien, artístico. Ya no tendrían que ir a la biblioteca a quemarse las pestañas desempolvando viejos libros; atrás quedaron los apuntes, las horas de clase aburridas y los embarazosos momentos en Babia ante algún interrogante formulado por el presentador de un programa de preguntas y respuestas en la tele.

El negocio de Roque iba viento en popa; se lo veía con mejor semblante y de buen ánimo; cada tanto -incluso-  se pagaba la ronda de tragos para todos lo parroquianos en el bar de Benito. Se compró una boina nueva, a cuadritos, y un sobretodo gris, elegante; también cambió su antiguo bastón astillado por uno reluciente con punta de aluminio. Pero esa época de abundancia le duró poco y nada .Al cabo de algunos meses de comercio, Roque empezó a notar que se volvía cada vez menos lúcido. Había vendido casi todos sus conocimientos y aunque todavía conservaba una enorme inteligencia,  sus temas de conversación se agotaban de forma alarmante. Pero lo peor,lo que más afectó su pobre alma fue presenciar la espantosa malversación de la que ,sus saberes perdidos, eran víctimas. Muchos insensibles utilizaban los datos comprados  para asuntos triviales como impresionar a minas en los asaltos; otros para volverse campeones invictos de Tuti-Fruti y los menos -no por ello menos grave- para soplar en clase a cambio de favores de todo tipo.
Era un cuadro dantesco, el peor escenario posible. Estaban destrozando sus años de apasionada curiosidad, de sincero amor por el descubrimiento ilimitado del universo. Usando sus queridos pedazos de sapiencia para giladas; porque -lo supo después- los pendejos que acudían a su pieza en la pensión, se iban más cargados de información que antes, pero igual de sonsos. ¿De qué servía meterles en sus cabecitas huecas tan hermosos contenidos,si no sabían como usarlos adecuadamente? Como si comprasen el auto de Ayrton Sena, pero no supieran conducir; o las zapatillas de Michael Jordan y no haber tocado un balón de basket en la puta vida. De nada sirve poseer un arma tan poderosa como lo es el conocimiento y carecer de la pericia necesaria para hacer que rinda verdaderos frutos .

El caso es que  una tardecita, mientras me hallaba contando los espacios vacíos en mi álbum de figuritas, una sombra sempiterna me oscureció el panorama y me obligó a levantar la vista. Ahí estaba Don Roque parado frente a mí como si se tratase de una aparición fantasmal. En seguida, de su garganta  brotó esa voz tan conocida por mí, con ese timbre pedregoso, profundo  e hipnotizador.

"Pibe - me dijo- ¿querés completar ese album?"

Yo me quedé extasiado. Era como si Papa Noel me hubiera visitado a mi domicilio, ahorrándome la redacción  de la tediosa cartita anual, en la que siempre pedía una bicicleta que nunca llegó.

La cuestión era sencilla: Roque estaba decidido a recuperar sus conocimientos vendidos, y para ello solo había encontrado una solución posible:la del latrocinio. Yo,por supuesto, estaba encantado con la idea, ignorando el verdadero significado detrás de todo eso, tanto el valor que poseía la empresa para él ,como las consecuencias legales y morales que podía acarrear aquella aventura . Pero para mí se trataba tan solo de eso: una aventura, y no hay ni había nada en el mundo, capaz de movilizarme más que la posibilidad de ser partícipe de una aventura cualquiera. Acepté de inmediato bajo promesa de discreción absoluta. 
Mi trabajo consistía en espiar a través de las ventanas, y en ocasiones oficiar de distracción tocando a la puerta de las casas donde habitaban los clientes de Don Roque, mientras que él se colaba por alguna abertura y con vaya a saber qué misteriosas técnicas, se robaba los datos que había vendido anteriormente. Nuestro raid delictivo se prolongó por unas tres semanas de arduo y periódico trabajo; estratégicamente elegíamos las víctimas mas potables y nos llevábamos la mercancía en un santiamén. Mientras más repetíamos las maniobras,más hábiles nos volvíamos, hasta el punto de empezar a disfrutar de esa actividad ilegal. Cierto día incluso,mientras tomaba unos tragos en el bar, Don Roque sacó a relucir un tema del que jamás en su vida había hablado; al día siguiente me encontró sentado en el arenero del parquecito.

-Muchacho, creo que nos robamos un conocimiento ajeno.

Devolver dicho conocimiento a su legítimo dueño fue una Odisea. Por suerte ese error no volvió a repetirse. 
Don Roque regresó a ser el mismo de siempre con el tiempo y gracias a su ayuda pude completar mi álbum de figuritas. La historia del robo se convirtió en nuestro gran secreto, ni siquiera a mi padres ni a mis amigos mas cercanos se los conté jamás. El viejo y yo nos hicimos grandes amigos, yo empecé a visitarlo a menudo a su pieza desordenada y me quedaba una o dos horas oyéndolo contar con una notable excitación sus fabulosas historias, sus anécdotas de viajes increíbles y sus trágicos cuentos de amor y muerte. Una vez me pareció verlo llorar mientras hojeaba un ajado cuaderno,sentado en un sillón enorme de mimbre; lo vi a través del hueco de la puerta entreabierta; entonces me di la vuelta y volví a casa. Había descubierto que Don Roque era tan humano como yo, y que detrás de su poderosa mente había un hombre desvencijado y frágil.  

Cuando falleció, una mañana fría de Julio, algunos pocos amigos fueron a despedirlo. Fue un triste funeral casi vacío; yo me quedé mirando desde lejos junto a un pino alto, mientras su modesto ataúd descendía en una fosa común sin lápida, apenas una crucecita de madera marcando el lugar del tesoro.
Esa misma tarde subí las escaleras hasta la pieza de Don Roque, y sorprendí a la casera revolviendo entre sus pertenencias. En un arranque de locura quise arrebatarle un viejo maletín que en ese momento tenía entre las manos y éste voló por el aire desparramando un centenar de hojas por todo el suelo. La dueña del lugar me miró con cierta mezcla de fastidio y condescendencia mientra yo hacia esfuerzos por contener el llanto.

"Acá solo hay basura,nene. Llevate lo que quieras si querés."- me dijo y salió al pasillo.

Después de estar sentado,inmovil en el piso por media hora, respirando la acritud del tabaco  y el olor a tinta en el aire, algo despertó en mi interior.Supe lo que quería ser en el futuro: un hombre sabio como lo fue Roque, pero nada de eso ocurrió a pesar de mis esfuerzos. Se que no me alcanzarán los años que me restan para alcanzarlo, y sin embargo me siento pleno. Todos pensaban que nada de valor había en ese cuartucho sucio, pero yo me llevé el maletín con sus notas; son las que me permitieron descubrir al hombre, esas notas se convirtieron en libros, en mi forma de resucitarlo y contagiar al mundo de la misma fascinación que yo siento por su historia. 

Estas páginas que me han permitido conocer el éxito son sus palabras,solo suyas. Yo me robé la sabiduría de un hombre que mereció la gloria y no la obtuvo en vida. 
Yo soy un ladrón miserable,pero se que él me perdonará algún día.